Bueno, es 24 de Diciembre y aunque ni sepan qué se celebra aprovechen para pasar un rato de tranquilidad y paz tanto interna como con sus familias y seres queridos, pocas veces se puede juntar toda la familia y esta es una de ellas, aprovechen.
Que se la pasen de lo mejor en esta noche y en las que sigan.
jueves, 24 de diciembre de 2009
domingo, 13 de diciembre de 2009
sábado, 21 de noviembre de 2009
La biblioteca...
El universo (que otros llaman la Biblioteca) se componte de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.
A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.
El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.
El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)
Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.
Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.
También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.
A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.
Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.
También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.
Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).
La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.
Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.
FIN
Jorge Luis Borges
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.
A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.
El primero: La Biblioteca existe ab alterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.
El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)
Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.
Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.
También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.
A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.
Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.
También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.
Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).
La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.
Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.
FIN
Jorge Luis Borges
El Loco
El loco.-¿No habéis oído hablar de ese loco que
encendió un farol en pleno día y corrió al mercado
gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!».
Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no
creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas.
¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido
como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido?
¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá
emigrado? -así gritaban y reían todos alborotadamente. El
loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada.
«¿Que a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a
decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos
sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo
hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la
esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando
desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde
caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de
todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia
adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes?
¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos
como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo
del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre
noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a
mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros
que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de
la putrefacción divina? ¡También los dioses se
descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto!
!Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos
consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado
y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha
desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa
sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos
expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar?
¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para
nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos
dioses para parecer dignos de ellos? Nunca hubo un acto
más grande y quien nazca después de nosotros formará
parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada
que todas las historias que hubo nunca hasta ahora.»
Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio:
también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente,
arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en
pedazos y se apagó. «Vengo demasiado pronto -dijo
entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme
suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los
oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan
tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos
necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de
ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de
ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo, son
ellos los que lo han cometido.» Todavía se cuenta que
el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó
en ellas su Requiem aeternam deo. Una vez conducido
al exterior e interpelado contestó siempre esta única
frase: « ¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que
las tumbas y panteones de Dios?».
F. Nietzsche
encendió un farol en pleno día y corrió al mercado
gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!».
Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no
creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas.
¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido
como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido?
¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá
emigrado? -así gritaban y reían todos alborotadamente. El
loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada.
«¿Que a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a
decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos
sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo
hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la
esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando
desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde
caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de
todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia
adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes?
¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos
como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo
del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre
noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a
mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros
que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de
la putrefacción divina? ¡También los dioses se
descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto!
!Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos
consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado
y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha
desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa
sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos
expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar?
¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para
nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos
dioses para parecer dignos de ellos? Nunca hubo un acto
más grande y quien nazca después de nosotros formará
parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada
que todas las historias que hubo nunca hasta ahora.»
Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio:
también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente,
arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en
pedazos y se apagó. «Vengo demasiado pronto -dijo
entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme
suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los
oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan
tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos
necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de
ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de
ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo, son
ellos los que lo han cometido.» Todavía se cuenta que
el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó
en ellas su Requiem aeternam deo. Una vez conducido
al exterior e interpelado contestó siempre esta única
frase: « ¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que
las tumbas y panteones de Dios?».
F. Nietzsche
jueves, 12 de noviembre de 2009
Tango del Algebrista
Algebrista te volviste
Refinado hasta la esencia
Oligarca de la ciencia,
Matemático bacán.
Hoy mirás a los que sudan
En las otras disciplinas
Como dama a pobres minas
Que laburan por el pan.
¿Te acordás que en otros tiempos
Sin mayores pretensiones
Mendigabas soluciones
A una mísera ecuación?
Hoy la vas de riguroso,
Revisás los postulados,
Y junás por todos lados
La más vil definición.
Pero no engrupís a nadie,
Y es inútil que te embales
Con anillos, con ideales
Y con Álgebras de Boole.
Todos saben que hace poco
Resolviste hasta matrices,
Y rastreabas las raíces
Con el método de Sturm.
Pero puede que algún día
Con las vueltas de la vida
Tanta cáscara aburrida
Te llegue a cansar al fin
Y añorés tal vez el día
Que sin álgebras abstractas
Y con dos cifras exactas
Te sentías tan feliz.
Enzo Gentile
Refinado hasta la esencia
Oligarca de la ciencia,
Matemático bacán.
Hoy mirás a los que sudan
En las otras disciplinas
Como dama a pobres minas
Que laburan por el pan.
¿Te acordás que en otros tiempos
Sin mayores pretensiones
Mendigabas soluciones
A una mísera ecuación?
Hoy la vas de riguroso,
Revisás los postulados,
Y junás por todos lados
La más vil definición.
Pero no engrupís a nadie,
Y es inútil que te embales
Con anillos, con ideales
Y con Álgebras de Boole.
Todos saben que hace poco
Resolviste hasta matrices,
Y rastreabas las raíces
Con el método de Sturm.
Pero puede que algún día
Con las vueltas de la vida
Tanta cáscara aburrida
Te llegue a cansar al fin
Y añorés tal vez el día
Que sin álgebras abstractas
Y con dos cifras exactas
Te sentías tan feliz.
Enzo Gentile
sábado, 31 de octubre de 2009
martes, 27 de octubre de 2009
De la verdad
La antigua y conocida pregunta con la que se creía poner en apuros a los lógicos
¿qué es la verdad?
Se ha concedido la definición de verdad como la conformidad del conocimiento con su objeto, pero ¿cuál es el criterio general y seguro de la verdad de todo conocimiento?
Si la verdad consiste en la conformidad del conocimiento con el objeto, éste tiene que ser distinguido de otros por tal conformidad, pues un conocimiento que no coincida con su objeto es falso.
Un criterio universal de verdad sería tal que sería válido para todos los conocimientos, independientemente de la diversidad de sus objetos.
Dado que este criterio hace abstracción de todo contenido del conocimiento y dado que la verdad se refiere precisamente a ese contenido, es evidente lo absolutamente imposible y lo absurdo de preguntar por un distintivo de la verdad de ese contenido cognoscitivo. Queda clara, por consiguiente, la imposibilidad de señalar un criterio de verdad que sea al mismo tiempo, suficiente y universal.
Tendremos que concluir: por lo que a la materia concierne, no puede exigirse ningún criterio general sobre la verdad del conocimiento, puesto que tal criterio es en sí mismo contradictorio.
Crítica de la Razón Pura
Immanuel Kant
¿qué es la verdad?
Se ha concedido la definición de verdad como la conformidad del conocimiento con su objeto, pero ¿cuál es el criterio general y seguro de la verdad de todo conocimiento?
Si la verdad consiste en la conformidad del conocimiento con el objeto, éste tiene que ser distinguido de otros por tal conformidad, pues un conocimiento que no coincida con su objeto es falso.
Un criterio universal de verdad sería tal que sería válido para todos los conocimientos, independientemente de la diversidad de sus objetos.
Dado que este criterio hace abstracción de todo contenido del conocimiento y dado que la verdad se refiere precisamente a ese contenido, es evidente lo absolutamente imposible y lo absurdo de preguntar por un distintivo de la verdad de ese contenido cognoscitivo. Queda clara, por consiguiente, la imposibilidad de señalar un criterio de verdad que sea al mismo tiempo, suficiente y universal.
Tendremos que concluir: por lo que a la materia concierne, no puede exigirse ningún criterio general sobre la verdad del conocimiento, puesto que tal criterio es en sí mismo contradictorio.
Crítica de la Razón Pura
Immanuel Kant
sábado, 24 de octubre de 2009
Contando con G-conjuntos
jueves, 22 de octubre de 2009
Beethoven 5
Les dejo aqui el primer movimiento de la conocida 5ta sinfonía del gran Beethoven, primer movimiento con 3 de los más grandes directores: Karajan, Bernstein y Toscanini respectivamente
Noten las diferencias en cuanto a fuerza, velocidad etc. pero sobre todo disfruten esta maravilla musical.
Noten las diferencias en cuanto a fuerza, velocidad etc. pero sobre todo disfruten esta maravilla musical.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Porque yo te amo eternidad...
¿Cuánto tiempo llevas sentado sobre tu infortunio?
Ten cuidado; me empollarás
un huevo, un huevo de basilisco
salido de tu gran aflicción.
¿Por qué se desliza Zaratustra a lo largo de la montaña?
Receloso, llagado, sombrío,
un acechador desde hace tiempo;
pero de repente, un rayo,
nítido, espantoso, una sacudida
desde el abismo hacia el cielo:
incluso los tuétanos de la montaña
se estremecen...
Donde odio y rayo se hicieron uno,
una maldición,
sobre las montañas ya impera la cólera de Zaratustra,
como un nubarrón se desliza por su camino.
¡Que se oculte quien tenga un último techo!
¡Venga a la cama, vosotros los femeniles!
Ya retumban truenos sobre las bóvedas,
ya tiembla lo que es viga y muro,
ya culebrean relámpagos y azufradas verdades;
Zaratustra maldice...
Esta moneda, con la que
todo el mundo paga,
-la fama-
esta moneda la tomo con guantes,
bajo mis plantas la pisoteo con asco.
¿Quién quiere ser pagado?
Los que se dejan comprar...
Quién está en venta alarga
sus pringosas manos
hacia la fama, ese universal tintineo de hojalata.
¿Quieres comprarlos?
Todos se dejan comprar.
Pero ofrece mucho,
que retiña la bolsa llena!
si no los fortaleces,
si no, fortaleces su virtud...
Todos son virtuosos
Fama y virtud...cuadran
Mientras viva el mundo,
pagará el parloteo de la virtud
con el trapaleo de la fama;
el mundo vive de ese estruendo
¡Ante los virtuosos
yo quiero ser culpable,
significarme deudor de toda gran culpa deudora!
Ante todas las bocinas de la fama
mi ambición se convierte en gusano;
entre estos tales me apetece
ser el ínfimo...
Esta moneda, con la que
todo el mundo paga
-la fama-
esa moneda la tomo con guantes
bajo mis plantas la pisoteo con asco.
¡Silencio!
De grandes cosas -¡veo lo grande-
hay que callar
o hablar a lo grande:
¡habla a lo grande, mi extasiada sabiduría!
Alzo los ojos;
allá ruedan mares de luz:
¡oh noche, oh silencio, oh estruendo mortalmente callado!...
Veo una señal;
desde las más lejanas lejanías
hacia mí desciende lenta, fulgurante, una constelación...
¡Astro supremo del ser!
¡Tabla de escenas eternas!
¿Vienes tú hacia mí?
Lo que nadie ha visto,
tu muda belleza,
¿cómo, es que no huye de mis miradas?
¡Blasón de la necesidad!
¡Tabla de escenas eternas!
pero tu bien sabes
lo que tú bien sabes
lo que todos odian,
lo que únicamente yo amo:
¡que eres eterna!
¡que eres necesaria!
Mi amor se inflama
eternamente sólo ante la necesidad.
¡Blasón de la necesidad!
¡Astro supremo del ser!
que ningún deseo alcanza,
que ningún No mancilla,
eterno Sí del ser,
eternamente soy tu Sí:
porque te amo eternidad!
Friedrich Nietzsche
Ten cuidado; me empollarás
un huevo, un huevo de basilisco
salido de tu gran aflicción.
¿Por qué se desliza Zaratustra a lo largo de la montaña?
Receloso, llagado, sombrío,
un acechador desde hace tiempo;
pero de repente, un rayo,
nítido, espantoso, una sacudida
desde el abismo hacia el cielo:
incluso los tuétanos de la montaña
se estremecen...
Donde odio y rayo se hicieron uno,
una maldición,
sobre las montañas ya impera la cólera de Zaratustra,
como un nubarrón se desliza por su camino.
¡Que se oculte quien tenga un último techo!
¡Venga a la cama, vosotros los femeniles!
Ya retumban truenos sobre las bóvedas,
ya tiembla lo que es viga y muro,
ya culebrean relámpagos y azufradas verdades;
Zaratustra maldice...
Esta moneda, con la que
todo el mundo paga,
-la fama-
esta moneda la tomo con guantes,
bajo mis plantas la pisoteo con asco.
¿Quién quiere ser pagado?
Los que se dejan comprar...
Quién está en venta alarga
sus pringosas manos
hacia la fama, ese universal tintineo de hojalata.
¿Quieres comprarlos?
Todos se dejan comprar.
Pero ofrece mucho,
que retiña la bolsa llena!
si no los fortaleces,
si no, fortaleces su virtud...
Todos son virtuosos
Fama y virtud...cuadran
Mientras viva el mundo,
pagará el parloteo de la virtud
con el trapaleo de la fama;
el mundo vive de ese estruendo
¡Ante los virtuosos
yo quiero ser culpable,
significarme deudor de toda gran culpa deudora!
Ante todas las bocinas de la fama
mi ambición se convierte en gusano;
entre estos tales me apetece
ser el ínfimo...
Esta moneda, con la que
todo el mundo paga
-la fama-
esa moneda la tomo con guantes
bajo mis plantas la pisoteo con asco.
¡Silencio!
De grandes cosas -¡veo lo grande-
hay que callar
o hablar a lo grande:
¡habla a lo grande, mi extasiada sabiduría!
Alzo los ojos;
allá ruedan mares de luz:
¡oh noche, oh silencio, oh estruendo mortalmente callado!...
Veo una señal;
desde las más lejanas lejanías
hacia mí desciende lenta, fulgurante, una constelación...
¡Astro supremo del ser!
¡Tabla de escenas eternas!
¿Vienes tú hacia mí?
Lo que nadie ha visto,
tu muda belleza,
¿cómo, es que no huye de mis miradas?
¡Blasón de la necesidad!
¡Tabla de escenas eternas!
pero tu bien sabes
lo que tú bien sabes
lo que todos odian,
lo que únicamente yo amo:
¡que eres eterna!
¡que eres necesaria!
Mi amor se inflama
eternamente sólo ante la necesidad.
¡Blasón de la necesidad!
¡Astro supremo del ser!
que ningún deseo alcanza,
que ningún No mancilla,
eterno Sí del ser,
eternamente soy tu Sí:
porque te amo eternidad!
Friedrich Nietzsche
lunes, 19 de octubre de 2009
La Balada de la Cárcel
Balada de la cárcel de Reading por el prisionero C.33 (Oscar Wilde)
In memoriam
Carlos T. Wooldridge, soldado que fue de la Guardia Real Montada, ajusticiado en la Cárcel de Su Majestad, en Reading (Berksire) el 7 de julio de 1896.
"Cuando salí de la cárcel, unos me esperaban con ropas y especias; otros, con buenos consejos. Tú me esperaste con amor. *
Oscar Wilde
I
Ya no llevaba la guerrera roja
pues -la sangre y el vino rojos son,
y sangre y vino reteñían sus manos
cuando a él con la muerta se le halló,
con la mísera muerta que él amara
y a la que él en su lecho asesinó.
El caminaba entre los condenados
con su traje color gris viejo y raído
y su gorro de dril en la cabeza.
Su paso, alegre y ágil parecía,
pero jamás vi a un hombre que mirara
con tan ávido afán la luz del día.
Jamás he visto a un hombre que mirara
con tan ávidos ojos esa tienda
diminuta y azul que los penados
en su cautividad 1laman "el cielo",
y esas nubes movidas por el viento
con sus velas de mar, color de argento.
Y caminaba yo con otras almas
en pena, y en órbita distinta,
y yo me preguntaba si el pecado
de aquel hombre sería pequeño o grande,
cuando una voz atrás me dijo quedo:
"El preso que está allí, va a ser colgado".
¡Ah, Cristo querido! Los mismos muros
del penal parecía que tambalearan!
Volviose un casco de candente acero
el cielo azul sobre nuestras cabezas,
y aunque yo era también un alma triste
ya no pude sentir mi propia pena.
Sólo pude saber qué pensamiento
obsesional precipitó su paso,
y por qué contemplaba con pupilas
tan ávidas la luz del claro día:
¡ese hombre había matado lo que amaba
y tenía que morir por esa causa!
* * *
Sin embargo, -¡y escúchenlo bien todos!-
siempre los hombres matan lo que aman!
Con miradas de odio matan unos,
con palabras de amor los otros matan,
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!
Unos matan su amor cuando son jóvenes,
otros matan su amor cuando son viejos,
con las manos del oro mátanlo unos,
con manos de lujuria otros lo asfixian,
y los más compasivos con puñales
pues los muertos así, pronto se enfrían.
Algunos aman demasiado corto,
algunos aman demasiado largo;
unos venden amor y otros lo compran,
éstos aman vertiendo muchas lágrimas,
sin un leve suspiro aman aquéllos,
porque cada hombre mata lo que ama
aunque no tenga que morir por ello!
Él no muere una muerte vergonzosa
un torvo día de desgracia oscura,
ni tiene un nudo al rededor del cuello,
ni su pálida faz un paño cubre,
ni los dos pies para agarrar el piso
estira en el instante que más sufre.
* * *
No se sienta con hombres silenciosos
que atentos lo custodian noche y día,
que vigilan su llanto cuando llora
y cuando va a rezar sus oraciones,
y hasta el último instante lo vigilan
por miedo de que él mismo pretendiese
robarle su botín a las prisiones.
No se despierta al alba a ver figuras
horribles que en su cuarto se amontonan,
ni al capellán de blanco y tembloroso,
ni al alguacil que está severo y torvo,
ni al jefe del penal todo vestido
con tela de un color negro brillante,
y en su rostro la cara del Destino.
El ya no se levanta con piadosa
ligereza a vestirse de convicto;
en tanto, un doctor ruin y malhablado
anota de sus nervios los latidos,
apretando un reloj entre los dedos
cuyo tic-tac pequeño es parecido
a los golpes que da un martillo horrendo.
El no siente esa sed cruel y enfermante
que abrasa la garganta de la víctima
antes de que el verdugo con sus guantes
de jardinero por la puerta salga
para amarrarlo ya con tres correas,
a fin de que su cálida garganta
el ardor de la sed ya nunca sienta.
No inclina la cabeza fatigada
para oír el Oficio de Difuntos,
ni la inclina tampoco cuando su alma
le dice a solas que no ha muerto aún,
ni cuando yendo ya para el patíbulo
se encuentra en el camino su ataúd.
El ya no mira atentamente el aire
por un pequeño techo de cristal;
con sus labios de arena ya no reza
a fin de su agonía apresurar,
ni en sus mejillas temblorosas siente
el beso taciturno de Caifás.
II
Seis semanas duró aquel sentenciado
paseando por el patio su indolencia,
con su traje color gris, viejo y raído
y su gorro de dril en la cabeza.
Su andar, alegre y ágil parecía,
pero jamás vi a un hombre que mirara
con tan ávido afán la luz del día.
Jamás he visto a un hombre que mirara
con tan ávidos ojos esa tienda
diminuta y azul que los penados
llaman cielo, y las nubes pasajeras
que rielan en vellones encrespados.
No retorcía sus manos como lo hacen
los hombres sin ingenio que se atreven
a erigir la Esperanza tornadiza
en el antro del negro Desespero:
él miraba tan sólo el sol radiante
y bebíase el aire mañanero.
No retorcía sus manos ni lloraba
ni siquiera quejábase en voz baja,
mas bebíase el aire cual si el aire
virtudes saludables contuviese,
y bebíase el sol a boca abierta
así como si el sol un vino fuese.
Y yo, y todas las ánimas en pena
que estábamos en órbitas distintas,
echamos en olvido si fue grande
o si pequeño fue nuestro pecado,
y con torpe mirada asustadiza
mirábamos al que iba a ser colgado.
Era extraño mirarlo cuando andaba
con paso tan ligero y tan alegre,
y extraño mucho más, cuando miraba
la luz del día con ansioso afán;
y extraño era también pensar que este hombre
tenía tan dura deuda que pagar.
* * *
Pues porque en cada primavera brotan
a la encina y al olmo frondas gratas;
más triste es ver el árbol del patíbulo
con sus duras raíces que las víboras
hieren con sus mordiscos más profundos,
y verde o seco, siempre un hombre tiene
que morir, antes de que él dé sus frutos.
El puesto más visible y elevado
es la silla de gracia a la cual tienden
todas las vanidades; sin embargo,
¿quién estaría de pie, sobre un tablado,
con un dócil cordel atado al cuello,
y a través del collar cruel y asesino
por la postrera vez mirar al cielo?
Dulce es bailar al son de los violines
si el Amor y la Vida son propicios;
danzar al son de flautas y laúdes
es siempre un baile delicado y raro;
pero bailar con ágil pie en el aire
no es cosa dulce ni ejercicio grato.
Con sumisión enferma y ojos ávidos,
nosotros lo miramos noche y día,
y a veces divagamos si cada uno
de nosotros tal vez terminaría
en forma parecida, pues ninguno
logra decir en cuál Infierno rojo
puede extraviarse un alma enceguecida.
Por último, una vez, el condenado
ya no más caminó entre los cautivos,
y supe que de pies él había estado
entre la negra celda pavorosa,
y que jamás de nuevo volvería
a ver su rostro alegre o desolado.
Así, cual dos navíos en naufragio
que pasan al furor de una tormenta,
nosotros nos cruzarnos en la vía
de uno y otro, sin hacernos señas
ni decirnos siquiera una palabra;
¡no teníamos palabras qué decirnos
porque no nos hallábamos nosotros
en la noche sagrada y placentera
sino en el día fatal de la Vergüenza!
Un muro de prisión nos rodeaba
a los dos, y dos bandidos éramos,
puesto que el mundo nos había arrojado
de su insensible corazón. Dios mismo
nos alejó también de su cuidado;
la trampa férrea que a la Culpa espera
ya nos había cogido entre su lazo.
III
En la prisión de Debtors Yard, las piedras
duras son, y es alto el chorreado muro;
allí tomaba el aire el prisionero
bajo el cielo de plomo, y un gendarme
a cada lado suyo caminaba
por el terror de que muriese el preso.
O también se sentaba con aquellos
que guardaban su angustia noche y día,
cuando para llorar se levantaba
o cuando se inclinaba para el rezo,
y que lo vigilaban hasta lo último
por temor de que él mismo se robase
su vil presa al patíbulo sangriento.
El jefe del penal era un estricto
cumplidor del severo Reglamento:
el doctor sostenía que la muerte
era un simple fenómeno científico,
y el capellán, dos veces en el día,
un folleto piadoso le dejaba
cuando iba a hacerle la habitual visita.
Y dos veces al día fumaba pipa
y se bebía su jarro de cerveza;
su alma era resuelta y no tenía
un lugar escondido para el miedo;
con frecuencia decía que se alegraba
porque el día de la horca se acercaba.
Pero por qué decía cosas tan raras
los guardas nunca osaron preguntarle,
porque aquel a quien dieron por destino
vigilar una cárcel de desgracia,
sellar debe sus labios con cerrojos
y transformar su rostro en una máscara,
pues también él podría ser ablandado
y dar confortativos y consuelos;
mas... la Humana Piedad, ¿qué hacer podría
mirando el antro de los asesinos?
¿Qué palabra de gracia allí podría
a un alma hermana procurar alivios?
* * *
Con crudo balanceo los presidiarios
al rededor del círculo ensayábamos
la Marcha de los Tontos. ¡Qué importaba!
¡Nosotros bien sabíamos que éramos
tan sólo la Brigada del Demonio!
¡Pies de plomo y cabezas afeitadas
hacen las más alegres mascaradas!
Deshilábamos las cuerdas embreadas
con uñas embotadas y sangrantes;
frotábamos las puertas y los suelos,
y las rejas de hierro las limpiábamos;
con fuerza, tabla a tabla, enjabonábamos
el piso, y con baldes lo golpeábamos.
Cosíamos los sacos, y quebrábamos
las piedras y las rocas, y volteábamos
el polvoso taladro, y golpeábamos
las latas, y gritábamos los himnos,
y sudábamos siempre en el molino;
pero en el corazón de cada hombre
yacía el Terror aún, como escondido!
El Terror se arrastraba cada día
cual ola henchida de marinas algas;
nos olvidamos del destino amargo
que al bandido y al loco les espera,
hasta que cierta vez, yendo al trabajo,
al pasar vimos una tumba abierta,
con bostezante boca de hondo hueco
como para tragarse a un ser viviente;
el mismo barro reclamaba sangre
al sitibundo círculo de asfalto;
y nosotros supimos que mucho antes
de despertar el alba sobre el mundo,
el compañero aquel sería colgado.
Y nosotros seguimos a las celdas
en el alma metidas ya la Muerte
y el Terror y el Destino. Y el verdugo,
con su pequeña bolsa, se iba abriendo
paso entre las tinieblas, renqueando...
Yo estaba tembloroso cual si fuese
camino hacia un sepulcro numerado.
Tal noche, los vacíos corredores
llenos de formas de Terror estaban;
de arriba a abajo, en la ciudad de hierro,
rondaban con pisadas taciturnas
para que no pudiéramos oírlas;
y entre las barras férreas que ocultan
la luz de las estrellas, caras blancas
entre ¡a oscuridad se percibían.
Era como quien duerme un dulce sueño
en una extensa y plácida llanura;
custodiábanlo a él mientras dormía
los celosos guardianes, pero éstos
no podían entender cómo él tenía
tan tranquilo dormir, con un verdugo
de su mano pegado noche y día.
Mas no hay sueño posible cuando lloran
los ¡hombres que jamás habían llorado;
así, todos nosotros, los insanos,
y los bandidos y los fraudulentos,
velamos esa noche interminable;
y con manos de pena se arrastraba
el ajeno Terror en los cerebros.
Qué cosa tan horrenda es sentir uno
las culpabilidades de los otros!,
porque la espada del delito, recta,
penetra hasta su puño envenenado;
¡y eran como de plomo derretido
las lágrimas ardientes que lloramos
por una sangre que jamás vertimos!
Con zapatos de fieltro, los guardianes
marchaban a atisbar por las rehendijas
de las puertas cerradas con candado,
grises figuras que les daban miedo
trazadas en los pisos, y los guardias
pensaban en por qué se arrodillaban
a rezar los que nunca habían rezado.
Hincados de rodillas nos pasamos
toda 1a noche recitando preces;
¡Locos de luto conduciendo a un muerto!
Las plumas agitadas y revueltas
de mitad de la noche, parecían
los penachos fatídicos de un féretro;
y como vino amargo en una esponja
el sabor era del Remordimiento.
* * *
El gallo gris cantó y el gallo rojo
cantó también, mas no llegaba el día;
y tortuosas figuras terroríficas
cruzaban el rincón donde yacíamos;
y cada vil fantasma endemoniado
que en medio de la noche caminaba
delante de nosotros, parecía
jugar entretenido a nuestro lado.
Ellos fosforescían y se apagaban
así como aparecen y se ocultan
los viajeros en medio de la niebla;
de la luna burlábanse y le hacían
corvetas y figuras exquisitas;
con formal paso y repugnante gracia
los fantasmas llegaban a la cita.
Y los vimos marchar haciendo muecas
y gesticulaciones; eran formas
delgadas y cogidas de las manos;
por rutas de pavor, cerca, muy cerca,
ellos trotaban una zarabanda,
y los grotescos condenados hacían
dibujos, como el viento hace en la arena.
Con las piruetas de las marionetas
tropezaban marcando las pisadas,
pero con flautas de terror, llenaban
el aire, como si llevasen ellos
sus máscaras horribles. Y cantaban,
cantaban largamente, pues cantaban
con la intención de despertar los muertos.
¡"Ahohó" ! -cantaban ellos-- "el mundo
es ancho y los encadenados, cojos;
y una o dos veces arrojar los dados
es correcto jugar de caballeros;
¡mas nunca gana el que en pecado juega
en la Casa fatal de la Vergüenza!"
No eran cuerpos aéreos los bufones
que al danzar se hacían 'mal con alegría;
para estos pobres hombres cuyas vidas
estaban con grilletes amarradas
y cuyos pies no andaban libremente
porque estaban también encadenados,
¡ay, llagas de Cristo, tenían vida,
y eran los más terribles de mirarlos!
Al rededor, al rededor, danzaban;
algunos deslizábanse en parejas
burlonas, y con pasos zalameros
de cortesana impúdica, subían
de lado las escalas y ensayaban
sus sarcasmos sutiles servilmente,
y al mirar de soslayo, cada uno
ayudaba a rezar nuestras plegarias.
El viento matinal ya principiaba
su gemir, mas la noche persistía;
en su telar gigante las urdimbres
de las tinieblas deslizáronse hasta
que cada hebra quedó ya bien tejida;
y en tanto que rezábamos, crecía
nuestro miedo hacia el Sol de la Justicia!
El viento gemidor de la mañana
vagaba en torno a los llorosos muros
de la vieja prisión; y así, cual gira
una rueda de acero, los minutos
se deslizaban con angustia y pena;
¡Oh viento gemidor: ¿qué habíamos hecho
para tener así, tal centinela?
Por fin vimos las s0mbras de las barras
-como una celosía de plomo crudo-
directas y a través, movilizarse
frente al muro encalado de un rincón;
y miraba mi cama de tres tablas,
y supe yo que en un lugar del mundo
era roja la horrible alba de Dios.
A las seis de la mañana aseábamos
nosotros nuestras celdas, y a las siete
ya todo estaba quieto; mas el silbo
y el aletear de un ala poderosa
parecía llenar toda la cárcel,
que el Señor de la Muerte ya había entrado
a matar con su aliento congelado.
Mas él no entró con púrpura ni pompa,
ni montado en corcel blanco de luna;
¡Tres yardas solamente de una cuerda,
y alguna tabla escurridiza, es todo
lo que la fúnebre horca necesita!
Así, con una cuerda de vergüenza,
vino el Heraldo a hacer su obra secreta.
Éramos como hombres que en un fango
de sucia oscuridad, fuesen a tientas;
no osábamos decir una plegaria
ni darle libertad a nuestras ansias,
porque algo había muerto en cada uno
de nosotros mismos, y ese algo era
que había muerto en nosotros la Esperanza!
Pues la feroz justicia de los hombres
prosigue su camino sin desviarse
hacia los lados; ella mata al débil,
mata al fuerte también, y tiene un golpe
mortífero y terrible: ella asesina
-¡monstruosa parricida- !, alevemente,
con su talón de hierro a los más fuertes.
El toque de las ocho lo esperábamos
-espesa por la sed la lengua ardiente-
pues las ocho es el toque del Destino
que hace al ,hombre execrable, y el Destino
un nudo corredizo con su lazo
para todos pondrá en uso: lo mismo
para el hombre de bien que para el malo.
Otra cosa que hacer ya no teníamos
-al menos esperar la señal próxima-;
cual piedras en una valle solitario,
inmóviles y mudos nos sentábamos;
no obstante, el corazón nos palpitaba
fuerte y de prisa, cual si fuese
que en un tambor de cuero redoblara.
De repente, el reloj de las prisiones
sonó hiriendo los aires temblorosos;
de desesperación y de impotencia
un grito se escapó de los galeotes,
como el grito que oían los pantanos
salir desde el cubil de los leprosos.
Y así como miramos cosas tristes
al través del cristal puro de un sueño,
así vimos de un garfio que colgaba
de la viga mugrienta, la embreada
y grasosa cuerda. Después oímos
la plegaria que el lazo del verdugo
estranguló impasible en un gemido.
Y todo aquel horror que lo movía
para exhalar tan cruel y amargo grito,
y los salvajes arrepentimientos
y los sudores fríos y sangrientos,
nadie los conoció con la experiencia
con que yo en la prisión los conocí;
pues el que vive más de una existencia
también más de una muerte ha de morir.
IV
No hay oración en la capilla el día
que cuelgan a un proscrito de la horca;
el corazón del capellán se encuentra
enfermo en demasía, y su rostro
se halla ese día demacrado y pálido,
o es que está escrito en sus pupilas algo
que nadie puede contemplar acaso.
Por eso, nos guardaron encerrados
noche y tarde, y entonces, al sonido
de un esquilón, los guardias con sus llaves
tintineantes, cada aposento abrieron;
fuimos bajando por la escala férrea
y cada cual desde su propio Infierno.
Afuera, al dulce aire de Dios, nosotros
fuimos saliendo, pero no del mismo
modo que siempre acostumbrábamos,
pues la cara de este hombre estaba blanca
de miedo, y gris el rostro aquel tenía,
pero jamás yo vi seres tan tristes
mirar con tánto afán la luz del día.
Jamás a un ser vi yo tan apenado,
mirar con tánto afán aquella tienda
diminuta y azul que los penados
dentro de la prisión llamamos cielo,
y cada alegre nube que ensayaba
con tan extraña libertad su vuelo.
Pero algunos había entre nosotros
que marchaban bajando la cabeza,
sabiendo que si cada uno hubiese
tenido que pagar su propia cuenta,
digno se haría de morir por eso;
¡él tan sólo mató una cosa viva
y ellos mataron a su vez a un muerto!
Pues el que peca por la vez segunda
resucita al dolor un alma muerta;
de su propio sudario maculado
la arranca, haciéndola sangrar de nuevo,
y la hace sangrar gotas inmensas
de sangre, y la hace desangrar en vano!
Como un mono o un clown que están vestidos
con monstruosos disfraces dibujados
de saetas torcidas y estrelladas,
fuimos nosotros silenciosamente,
al redor y al redor del patio liso;
al redor y al redor, fuimos callados,
mas ningún hombre una palabra dijo.
Al redor y al redor, callados fuimos,
y en el hueco cerebro de cada uno
el recuerdo de cosas espantosas
como un viento mortal se despeñaba,
y el Horror nos rondaba por delante
y el Terror, por detrás, nos acechaba.
* * *
Los guardias, pavoneándose orgullosos
de arriba a abajo, en uniformes nuevos,
gala de los domingos, vigilaban
el rebaño de brutos de la cárcel,
mas nosotros sabíamos el trabajo
que estuvieron haciendo los guardianes
por la cal que blanqueaba en sus zapatos.
Pues allí donde una tumba abrieron
no se encontraba ya ningún sepulcro;
sólo una zanja había de arena y lodo
de aquella cárcel junto al muro odiado,
y un pequeño montón de cal ardiente
para que le sirviera de sudario.
Pues un sudario bueno tiene el pobre
como pocos pudieran reclamarlo;
profundo, muy profundo, bajo un patio
de pávida prisión, en duro suelo,
desnudo allí para mayor vergüenza,
yace con ambos pies encadenados
y envuelto en una sábana de fuego.
Y día tras otro día, la cal ardiente
va devorando allí carnes y huesos;
-roerá el frágil hueso por las noches
y las carnes tan blandas en el día-;
y comerá por turno carne y hueso,
pero su corazón atormentado
será constantemente devorado.
* * *
Durante un plazo de tres largos años
no sembrarán allí nada que brote;
durante un plazo de tres largos años
y el lugar será estéril y execrable,
y ese yermo rincón mirará al cielo
con ansia y con fijeza irreprochable.
Piensan que el corazón de un asesino
corrompería la más simple semilla
que ellos sembrasen. Mas verdad no es eso,
pues la tierra de Dios es más amable
de lo que creen los hombres sin entrañas:
¡La rosa roja brotará más roja,
la rosa blanca brotará más blanca!
¡Poned sobre sus labios una rosa
roja absolutamente, roja y roja!
¡Sobre su corazón una muy blanca!
Pues quién puede decir las vías extrañas
por las cuales indica Jesucristo
su voluntad divina y soberana
desde que en el bordón de un peregrino
una flor retoñó frente al Gran Papa?
Las rosas color leche o color vino
no florecen en aires de una cárcel.
el casco, el pedernal y los guijarros
Son todo lo que allí se nos ofrece,
pues las flores se sabe que apaciguan
la desesperación del que padece.
La rosa color vino o color blanco
no caerá jamás pétalo a pétalo
en la zanja de arena y de pantano
que está a los pies del muro de la cárcel,
a decir a los hombre encerrados
entre las celdas del presidio odioso,
que el Hijo del Señor murió por todos.
* * *
Aunque el odioso muro de la cárcel
al rededor y al rededor lo cerque,
y un espíritu atado con grilletes
en la noche no puede caminar,
y un espíritu que ahí yace no puede
en tan profundo sitio sollozar,
en paz se encuentra este hombre miserable;
-¡si en paz no está, no tardará en estarlo!-
no hay nada ya que pueda enloquecerlo
ni anda el Terror con él hasta la tarde,
pues ya no hay luz de Sol ni luz de Luna
en la tierra sin luces donde él yace.
Lo ahorcaron lo mismo que a una bestia
y ni siquiera un "requiem" le dijeron
que le hubiera podido dar descanso
a su ánima espantada y temblorosa;
apresuradamente lo cogieron
con el fin de enterrarlo en una fosa.
Despojaron el cuerpo de sus ropas,
y después, a las moscas lo entregaron;
y de su hinchado y purpurino cuello
y de sus ojos fijos, se burlaron,
y hacinaron con duras carcajadas
tierra en la fosa hasta cubrir el hueco
donde el pobre convicto descansaba.
No se arrodillará a rezar plegarias
en su tumba infamada, el capellán,
ni clavarán en ella la sagrada
cruz que a los pecadores Cristo da,
pues era ese infeliz uno de aquellos
a quienes el Señor vino a salvar.
Pero todo esto está muy bien. Apenas
él cruzó la corriente de la vida;
y llenarán por él la urna sagrada
de la Piedad, las lágrimas ajenas
que caigan en su tumba penitente,
pues sólo a él lo llorarán los presos.
Y los encarcelados lloran siempre.
V
Yo no sé si las leyes serán rectas,
yo no sé si serán equivocadas;
todo lo que yo sé, es que para quienes
yacen entre presidios inhumanos,
el muro es fuerte, y cada día, es como
un año cuyos días fuesen muy largos.
Pero lo que sí se yo es que toda Ley
que los hombres han hecho para el hombre
desde que el primer hombre de la tierra
arrebató la vida de su hermano
y tuvo su principio el triste mundo,
desecha el trigo, lo convierte en paja,
o lo cierne en el peor de los cedazos.
Y demasiado sé también yo esto:
-¡ay, ojalá que lo supiesen todos!-
que cada cárcel que construye el hombre
hecha está con ladrillos de vergüenza
y cegada por duros enrejados,
para que el mismo Cristo ver no pueda
cómo el hombre mutila a sus hermanos.
Con barras manchan la graciosa luna
y ciegan del buen sol los resplandores,
y su Infierno hacen bien en ocultar,
puesto que en la prisión cosas son hechas
que ni el Hijo de Dios ni el de los Hombres
no las debieran contemplar jamás.
* * *
Las acciones más viles, cual malezas
en la prisión envenenadas crecen;
pues en la cárcel se marchita y gasta
todo lo que en los hombres hay de bueno.
Y la Pálida Angustia es centinela
y guardián es también el Desespero.
Y aun al pequeño y temeroso niño
ellos lo matan con torturas de hambre
hasta que el niño llore noche y día;
y castigan al débil y al idiota
y algunos presidiarios se enloquecen
y se mofan del viejo encanecido,
y al fin todos los hombres se pervierten,
y un vocablo decir no es permitido.
Y cada estrecha celda que moramos,
es asquerosa y lóbrega letrina,
y ahoga la enrejada claraboya
el vaho hediondo de la Muerte Viva;
todo, con excepción de la Lujuria,
en polvo se convierte sin piedad
en la máquina de la Humanidad.
Y las aguas salobres que bebemos
arrastran un pantano repugnante,
y el pan amargo que en balanza pesan
está lleno de tiza y de cal blanca,
y el Sueño, sin bajar hasta nosotros,
al Tiempo grita, y con furor camina
mostrando siempre sus salvajes ojos.
Mas aunque el Hambre flaca y la Sed verde
luchen cual riña de serpiente y áspid,
ya poco nos importan las raciones,
pues lo que hiela y mata de continuo
con toda libertad, es que la piedra
que cada cual en su labor levanta
en el curso del día, se convierte,
¡ay! en el corazón de cada uno
durante nuestras noches de infortunio.
Siempre en el corazón es media noche
y crepúsculo triste en nuestras celdas;
volteábamos nosotros el manubrio
o también deshilábamos las cuerdas
y cada cual entre su propio Infierno!
¡Siempre en el corazón es media noche!
pero el Silencio es mucho más terrible
que el repicar de un esquilón de bronce!
Jamás humana voz se nos acerca
una gentil palabra a balbucirnos;
el ojo que en la puerta está mirando
nunca tiene piedad y es siempre duro;
nos podrimos, de todos olvidados,
con el alma y el cuerpo maniatados.
Y nosotros así, enmohecemos
la cadena de hierro de la vida
solos y depravados; hombres hay
que lanzan maldiciones y hay algunos
que lloran y otros hay que no se quejan,
pues las leyes de Dios son muy amables
y rompen siempre el corazón de piedra.
* * *
El corazón humano que se rompe
en celda de prisiones o en el patio,
es como el recipiente quebrantado
que lleva su tesoro a Jesucristo,
y unge la sucia casa del leproso
con su nardo más fino y delicado.
¡Ah ! Bienaventurados sean aquellos
cuyos sensibles corazones pueden
quebrantarse y ganar paz y perdones;
¿pues de qué otra manera podría el hombre
seguir sus rectos planes y limpiarse
el alma de pecado y padecer?
¿Si no de esta manera, de qué modo
puede Cristo Señor entrar en él ?
* * *
Y aquel hombre de cuello amoratado
y los ojos abiertos siempre fijos,
espera para sí las santas manos
que guiaron al ladrón al paraíso,
pues un quebrado corazón contrito
no lo despreciará el Crucificado.
Aquel que lee la Ley, vestido en rojo,
tres semanas no más le dio de vida;
¡tres semanas no más para sanarse
el alma de la lucha de su alma,
y limpiarse la sangre arrepentido
de esa su mano que empuñó el cuchillo!
Y limpió con sus lágrimas de sangre
aquella mano que empuñó el acero,
pues las manchas de sangre, únicamente
se borran estregándolas con sangre,
y sólo el llanto nos concede alivio:
la mancha roja de Caín, tornóse
en el sello más cándido de Cristo.
VI
En la Cárcel de Reading, junto al pueblo
de Reading, hay un hoyo de vergüenza
en donde yace un hombre miserable
comido por los dientes de las llamas
y envuelto en una sábana de fuego.
Sin nombre está su tumba abandonada.
Hasta que Cristo llame un día a los muertos
en su silencio yacerá él allí;
no necesita ya lágrimas vanas,
ni un montón de suspiros quiere ahí:
¡ese hombre asesinó lo que adoraba
y por eso tenía que morir!
¡Todos los hombres matan lo que aman!
-y que sea por todos esto oído-:
algunos lo hacen con mirada amarga,
algunos con palabras de dulzura;
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!
Fin
In memoriam
Carlos T. Wooldridge, soldado que fue de la Guardia Real Montada, ajusticiado en la Cárcel de Su Majestad, en Reading (Berksire) el 7 de julio de 1896.
"Cuando salí de la cárcel, unos me esperaban con ropas y especias; otros, con buenos consejos. Tú me esperaste con amor. *
Oscar Wilde
I
Ya no llevaba la guerrera roja
pues -la sangre y el vino rojos son,
y sangre y vino reteñían sus manos
cuando a él con la muerta se le halló,
con la mísera muerta que él amara
y a la que él en su lecho asesinó.
El caminaba entre los condenados
con su traje color gris viejo y raído
y su gorro de dril en la cabeza.
Su paso, alegre y ágil parecía,
pero jamás vi a un hombre que mirara
con tan ávido afán la luz del día.
Jamás he visto a un hombre que mirara
con tan ávidos ojos esa tienda
diminuta y azul que los penados
en su cautividad 1laman "el cielo",
y esas nubes movidas por el viento
con sus velas de mar, color de argento.
Y caminaba yo con otras almas
en pena, y en órbita distinta,
y yo me preguntaba si el pecado
de aquel hombre sería pequeño o grande,
cuando una voz atrás me dijo quedo:
"El preso que está allí, va a ser colgado".
¡Ah, Cristo querido! Los mismos muros
del penal parecía que tambalearan!
Volviose un casco de candente acero
el cielo azul sobre nuestras cabezas,
y aunque yo era también un alma triste
ya no pude sentir mi propia pena.
Sólo pude saber qué pensamiento
obsesional precipitó su paso,
y por qué contemplaba con pupilas
tan ávidas la luz del claro día:
¡ese hombre había matado lo que amaba
y tenía que morir por esa causa!
* * *
Sin embargo, -¡y escúchenlo bien todos!-
siempre los hombres matan lo que aman!
Con miradas de odio matan unos,
con palabras de amor los otros matan,
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!
Unos matan su amor cuando son jóvenes,
otros matan su amor cuando son viejos,
con las manos del oro mátanlo unos,
con manos de lujuria otros lo asfixian,
y los más compasivos con puñales
pues los muertos así, pronto se enfrían.
Algunos aman demasiado corto,
algunos aman demasiado largo;
unos venden amor y otros lo compran,
éstos aman vertiendo muchas lágrimas,
sin un leve suspiro aman aquéllos,
porque cada hombre mata lo que ama
aunque no tenga que morir por ello!
Él no muere una muerte vergonzosa
un torvo día de desgracia oscura,
ni tiene un nudo al rededor del cuello,
ni su pálida faz un paño cubre,
ni los dos pies para agarrar el piso
estira en el instante que más sufre.
* * *
No se sienta con hombres silenciosos
que atentos lo custodian noche y día,
que vigilan su llanto cuando llora
y cuando va a rezar sus oraciones,
y hasta el último instante lo vigilan
por miedo de que él mismo pretendiese
robarle su botín a las prisiones.
No se despierta al alba a ver figuras
horribles que en su cuarto se amontonan,
ni al capellán de blanco y tembloroso,
ni al alguacil que está severo y torvo,
ni al jefe del penal todo vestido
con tela de un color negro brillante,
y en su rostro la cara del Destino.
El ya no se levanta con piadosa
ligereza a vestirse de convicto;
en tanto, un doctor ruin y malhablado
anota de sus nervios los latidos,
apretando un reloj entre los dedos
cuyo tic-tac pequeño es parecido
a los golpes que da un martillo horrendo.
El no siente esa sed cruel y enfermante
que abrasa la garganta de la víctima
antes de que el verdugo con sus guantes
de jardinero por la puerta salga
para amarrarlo ya con tres correas,
a fin de que su cálida garganta
el ardor de la sed ya nunca sienta.
No inclina la cabeza fatigada
para oír el Oficio de Difuntos,
ni la inclina tampoco cuando su alma
le dice a solas que no ha muerto aún,
ni cuando yendo ya para el patíbulo
se encuentra en el camino su ataúd.
El ya no mira atentamente el aire
por un pequeño techo de cristal;
con sus labios de arena ya no reza
a fin de su agonía apresurar,
ni en sus mejillas temblorosas siente
el beso taciturno de Caifás.
II
Seis semanas duró aquel sentenciado
paseando por el patio su indolencia,
con su traje color gris, viejo y raído
y su gorro de dril en la cabeza.
Su andar, alegre y ágil parecía,
pero jamás vi a un hombre que mirara
con tan ávido afán la luz del día.
Jamás he visto a un hombre que mirara
con tan ávidos ojos esa tienda
diminuta y azul que los penados
llaman cielo, y las nubes pasajeras
que rielan en vellones encrespados.
No retorcía sus manos como lo hacen
los hombres sin ingenio que se atreven
a erigir la Esperanza tornadiza
en el antro del negro Desespero:
él miraba tan sólo el sol radiante
y bebíase el aire mañanero.
No retorcía sus manos ni lloraba
ni siquiera quejábase en voz baja,
mas bebíase el aire cual si el aire
virtudes saludables contuviese,
y bebíase el sol a boca abierta
así como si el sol un vino fuese.
Y yo, y todas las ánimas en pena
que estábamos en órbitas distintas,
echamos en olvido si fue grande
o si pequeño fue nuestro pecado,
y con torpe mirada asustadiza
mirábamos al que iba a ser colgado.
Era extraño mirarlo cuando andaba
con paso tan ligero y tan alegre,
y extraño mucho más, cuando miraba
la luz del día con ansioso afán;
y extraño era también pensar que este hombre
tenía tan dura deuda que pagar.
* * *
Pues porque en cada primavera brotan
a la encina y al olmo frondas gratas;
más triste es ver el árbol del patíbulo
con sus duras raíces que las víboras
hieren con sus mordiscos más profundos,
y verde o seco, siempre un hombre tiene
que morir, antes de que él dé sus frutos.
El puesto más visible y elevado
es la silla de gracia a la cual tienden
todas las vanidades; sin embargo,
¿quién estaría de pie, sobre un tablado,
con un dócil cordel atado al cuello,
y a través del collar cruel y asesino
por la postrera vez mirar al cielo?
Dulce es bailar al son de los violines
si el Amor y la Vida son propicios;
danzar al son de flautas y laúdes
es siempre un baile delicado y raro;
pero bailar con ágil pie en el aire
no es cosa dulce ni ejercicio grato.
Con sumisión enferma y ojos ávidos,
nosotros lo miramos noche y día,
y a veces divagamos si cada uno
de nosotros tal vez terminaría
en forma parecida, pues ninguno
logra decir en cuál Infierno rojo
puede extraviarse un alma enceguecida.
Por último, una vez, el condenado
ya no más caminó entre los cautivos,
y supe que de pies él había estado
entre la negra celda pavorosa,
y que jamás de nuevo volvería
a ver su rostro alegre o desolado.
Así, cual dos navíos en naufragio
que pasan al furor de una tormenta,
nosotros nos cruzarnos en la vía
de uno y otro, sin hacernos señas
ni decirnos siquiera una palabra;
¡no teníamos palabras qué decirnos
porque no nos hallábamos nosotros
en la noche sagrada y placentera
sino en el día fatal de la Vergüenza!
Un muro de prisión nos rodeaba
a los dos, y dos bandidos éramos,
puesto que el mundo nos había arrojado
de su insensible corazón. Dios mismo
nos alejó también de su cuidado;
la trampa férrea que a la Culpa espera
ya nos había cogido entre su lazo.
III
En la prisión de Debtors Yard, las piedras
duras son, y es alto el chorreado muro;
allí tomaba el aire el prisionero
bajo el cielo de plomo, y un gendarme
a cada lado suyo caminaba
por el terror de que muriese el preso.
O también se sentaba con aquellos
que guardaban su angustia noche y día,
cuando para llorar se levantaba
o cuando se inclinaba para el rezo,
y que lo vigilaban hasta lo último
por temor de que él mismo se robase
su vil presa al patíbulo sangriento.
El jefe del penal era un estricto
cumplidor del severo Reglamento:
el doctor sostenía que la muerte
era un simple fenómeno científico,
y el capellán, dos veces en el día,
un folleto piadoso le dejaba
cuando iba a hacerle la habitual visita.
Y dos veces al día fumaba pipa
y se bebía su jarro de cerveza;
su alma era resuelta y no tenía
un lugar escondido para el miedo;
con frecuencia decía que se alegraba
porque el día de la horca se acercaba.
Pero por qué decía cosas tan raras
los guardas nunca osaron preguntarle,
porque aquel a quien dieron por destino
vigilar una cárcel de desgracia,
sellar debe sus labios con cerrojos
y transformar su rostro en una máscara,
pues también él podría ser ablandado
y dar confortativos y consuelos;
mas... la Humana Piedad, ¿qué hacer podría
mirando el antro de los asesinos?
¿Qué palabra de gracia allí podría
a un alma hermana procurar alivios?
* * *
Con crudo balanceo los presidiarios
al rededor del círculo ensayábamos
la Marcha de los Tontos. ¡Qué importaba!
¡Nosotros bien sabíamos que éramos
tan sólo la Brigada del Demonio!
¡Pies de plomo y cabezas afeitadas
hacen las más alegres mascaradas!
Deshilábamos las cuerdas embreadas
con uñas embotadas y sangrantes;
frotábamos las puertas y los suelos,
y las rejas de hierro las limpiábamos;
con fuerza, tabla a tabla, enjabonábamos
el piso, y con baldes lo golpeábamos.
Cosíamos los sacos, y quebrábamos
las piedras y las rocas, y volteábamos
el polvoso taladro, y golpeábamos
las latas, y gritábamos los himnos,
y sudábamos siempre en el molino;
pero en el corazón de cada hombre
yacía el Terror aún, como escondido!
El Terror se arrastraba cada día
cual ola henchida de marinas algas;
nos olvidamos del destino amargo
que al bandido y al loco les espera,
hasta que cierta vez, yendo al trabajo,
al pasar vimos una tumba abierta,
con bostezante boca de hondo hueco
como para tragarse a un ser viviente;
el mismo barro reclamaba sangre
al sitibundo círculo de asfalto;
y nosotros supimos que mucho antes
de despertar el alba sobre el mundo,
el compañero aquel sería colgado.
Y nosotros seguimos a las celdas
en el alma metidas ya la Muerte
y el Terror y el Destino. Y el verdugo,
con su pequeña bolsa, se iba abriendo
paso entre las tinieblas, renqueando...
Yo estaba tembloroso cual si fuese
camino hacia un sepulcro numerado.
Tal noche, los vacíos corredores
llenos de formas de Terror estaban;
de arriba a abajo, en la ciudad de hierro,
rondaban con pisadas taciturnas
para que no pudiéramos oírlas;
y entre las barras férreas que ocultan
la luz de las estrellas, caras blancas
entre ¡a oscuridad se percibían.
Era como quien duerme un dulce sueño
en una extensa y plácida llanura;
custodiábanlo a él mientras dormía
los celosos guardianes, pero éstos
no podían entender cómo él tenía
tan tranquilo dormir, con un verdugo
de su mano pegado noche y día.
Mas no hay sueño posible cuando lloran
los ¡hombres que jamás habían llorado;
así, todos nosotros, los insanos,
y los bandidos y los fraudulentos,
velamos esa noche interminable;
y con manos de pena se arrastraba
el ajeno Terror en los cerebros.
Qué cosa tan horrenda es sentir uno
las culpabilidades de los otros!,
porque la espada del delito, recta,
penetra hasta su puño envenenado;
¡y eran como de plomo derretido
las lágrimas ardientes que lloramos
por una sangre que jamás vertimos!
Con zapatos de fieltro, los guardianes
marchaban a atisbar por las rehendijas
de las puertas cerradas con candado,
grises figuras que les daban miedo
trazadas en los pisos, y los guardias
pensaban en por qué se arrodillaban
a rezar los que nunca habían rezado.
Hincados de rodillas nos pasamos
toda 1a noche recitando preces;
¡Locos de luto conduciendo a un muerto!
Las plumas agitadas y revueltas
de mitad de la noche, parecían
los penachos fatídicos de un féretro;
y como vino amargo en una esponja
el sabor era del Remordimiento.
* * *
El gallo gris cantó y el gallo rojo
cantó también, mas no llegaba el día;
y tortuosas figuras terroríficas
cruzaban el rincón donde yacíamos;
y cada vil fantasma endemoniado
que en medio de la noche caminaba
delante de nosotros, parecía
jugar entretenido a nuestro lado.
Ellos fosforescían y se apagaban
así como aparecen y se ocultan
los viajeros en medio de la niebla;
de la luna burlábanse y le hacían
corvetas y figuras exquisitas;
con formal paso y repugnante gracia
los fantasmas llegaban a la cita.
Y los vimos marchar haciendo muecas
y gesticulaciones; eran formas
delgadas y cogidas de las manos;
por rutas de pavor, cerca, muy cerca,
ellos trotaban una zarabanda,
y los grotescos condenados hacían
dibujos, como el viento hace en la arena.
Con las piruetas de las marionetas
tropezaban marcando las pisadas,
pero con flautas de terror, llenaban
el aire, como si llevasen ellos
sus máscaras horribles. Y cantaban,
cantaban largamente, pues cantaban
con la intención de despertar los muertos.
¡"Ahohó" ! -cantaban ellos-- "el mundo
es ancho y los encadenados, cojos;
y una o dos veces arrojar los dados
es correcto jugar de caballeros;
¡mas nunca gana el que en pecado juega
en la Casa fatal de la Vergüenza!"
No eran cuerpos aéreos los bufones
que al danzar se hacían 'mal con alegría;
para estos pobres hombres cuyas vidas
estaban con grilletes amarradas
y cuyos pies no andaban libremente
porque estaban también encadenados,
¡ay, llagas de Cristo, tenían vida,
y eran los más terribles de mirarlos!
Al rededor, al rededor, danzaban;
algunos deslizábanse en parejas
burlonas, y con pasos zalameros
de cortesana impúdica, subían
de lado las escalas y ensayaban
sus sarcasmos sutiles servilmente,
y al mirar de soslayo, cada uno
ayudaba a rezar nuestras plegarias.
El viento matinal ya principiaba
su gemir, mas la noche persistía;
en su telar gigante las urdimbres
de las tinieblas deslizáronse hasta
que cada hebra quedó ya bien tejida;
y en tanto que rezábamos, crecía
nuestro miedo hacia el Sol de la Justicia!
El viento gemidor de la mañana
vagaba en torno a los llorosos muros
de la vieja prisión; y así, cual gira
una rueda de acero, los minutos
se deslizaban con angustia y pena;
¡Oh viento gemidor: ¿qué habíamos hecho
para tener así, tal centinela?
Por fin vimos las s0mbras de las barras
-como una celosía de plomo crudo-
directas y a través, movilizarse
frente al muro encalado de un rincón;
y miraba mi cama de tres tablas,
y supe yo que en un lugar del mundo
era roja la horrible alba de Dios.
A las seis de la mañana aseábamos
nosotros nuestras celdas, y a las siete
ya todo estaba quieto; mas el silbo
y el aletear de un ala poderosa
parecía llenar toda la cárcel,
que el Señor de la Muerte ya había entrado
a matar con su aliento congelado.
Mas él no entró con púrpura ni pompa,
ni montado en corcel blanco de luna;
¡Tres yardas solamente de una cuerda,
y alguna tabla escurridiza, es todo
lo que la fúnebre horca necesita!
Así, con una cuerda de vergüenza,
vino el Heraldo a hacer su obra secreta.
Éramos como hombres que en un fango
de sucia oscuridad, fuesen a tientas;
no osábamos decir una plegaria
ni darle libertad a nuestras ansias,
porque algo había muerto en cada uno
de nosotros mismos, y ese algo era
que había muerto en nosotros la Esperanza!
Pues la feroz justicia de los hombres
prosigue su camino sin desviarse
hacia los lados; ella mata al débil,
mata al fuerte también, y tiene un golpe
mortífero y terrible: ella asesina
-¡monstruosa parricida- !, alevemente,
con su talón de hierro a los más fuertes.
El toque de las ocho lo esperábamos
-espesa por la sed la lengua ardiente-
pues las ocho es el toque del Destino
que hace al ,hombre execrable, y el Destino
un nudo corredizo con su lazo
para todos pondrá en uso: lo mismo
para el hombre de bien que para el malo.
Otra cosa que hacer ya no teníamos
-al menos esperar la señal próxima-;
cual piedras en una valle solitario,
inmóviles y mudos nos sentábamos;
no obstante, el corazón nos palpitaba
fuerte y de prisa, cual si fuese
que en un tambor de cuero redoblara.
De repente, el reloj de las prisiones
sonó hiriendo los aires temblorosos;
de desesperación y de impotencia
un grito se escapó de los galeotes,
como el grito que oían los pantanos
salir desde el cubil de los leprosos.
Y así como miramos cosas tristes
al través del cristal puro de un sueño,
así vimos de un garfio que colgaba
de la viga mugrienta, la embreada
y grasosa cuerda. Después oímos
la plegaria que el lazo del verdugo
estranguló impasible en un gemido.
Y todo aquel horror que lo movía
para exhalar tan cruel y amargo grito,
y los salvajes arrepentimientos
y los sudores fríos y sangrientos,
nadie los conoció con la experiencia
con que yo en la prisión los conocí;
pues el que vive más de una existencia
también más de una muerte ha de morir.
IV
No hay oración en la capilla el día
que cuelgan a un proscrito de la horca;
el corazón del capellán se encuentra
enfermo en demasía, y su rostro
se halla ese día demacrado y pálido,
o es que está escrito en sus pupilas algo
que nadie puede contemplar acaso.
Por eso, nos guardaron encerrados
noche y tarde, y entonces, al sonido
de un esquilón, los guardias con sus llaves
tintineantes, cada aposento abrieron;
fuimos bajando por la escala férrea
y cada cual desde su propio Infierno.
Afuera, al dulce aire de Dios, nosotros
fuimos saliendo, pero no del mismo
modo que siempre acostumbrábamos,
pues la cara de este hombre estaba blanca
de miedo, y gris el rostro aquel tenía,
pero jamás yo vi seres tan tristes
mirar con tánto afán la luz del día.
Jamás a un ser vi yo tan apenado,
mirar con tánto afán aquella tienda
diminuta y azul que los penados
dentro de la prisión llamamos cielo,
y cada alegre nube que ensayaba
con tan extraña libertad su vuelo.
Pero algunos había entre nosotros
que marchaban bajando la cabeza,
sabiendo que si cada uno hubiese
tenido que pagar su propia cuenta,
digno se haría de morir por eso;
¡él tan sólo mató una cosa viva
y ellos mataron a su vez a un muerto!
Pues el que peca por la vez segunda
resucita al dolor un alma muerta;
de su propio sudario maculado
la arranca, haciéndola sangrar de nuevo,
y la hace sangrar gotas inmensas
de sangre, y la hace desangrar en vano!
Como un mono o un clown que están vestidos
con monstruosos disfraces dibujados
de saetas torcidas y estrelladas,
fuimos nosotros silenciosamente,
al redor y al redor del patio liso;
al redor y al redor, fuimos callados,
mas ningún hombre una palabra dijo.
Al redor y al redor, callados fuimos,
y en el hueco cerebro de cada uno
el recuerdo de cosas espantosas
como un viento mortal se despeñaba,
y el Horror nos rondaba por delante
y el Terror, por detrás, nos acechaba.
* * *
Los guardias, pavoneándose orgullosos
de arriba a abajo, en uniformes nuevos,
gala de los domingos, vigilaban
el rebaño de brutos de la cárcel,
mas nosotros sabíamos el trabajo
que estuvieron haciendo los guardianes
por la cal que blanqueaba en sus zapatos.
Pues allí donde una tumba abrieron
no se encontraba ya ningún sepulcro;
sólo una zanja había de arena y lodo
de aquella cárcel junto al muro odiado,
y un pequeño montón de cal ardiente
para que le sirviera de sudario.
Pues un sudario bueno tiene el pobre
como pocos pudieran reclamarlo;
profundo, muy profundo, bajo un patio
de pávida prisión, en duro suelo,
desnudo allí para mayor vergüenza,
yace con ambos pies encadenados
y envuelto en una sábana de fuego.
Y día tras otro día, la cal ardiente
va devorando allí carnes y huesos;
-roerá el frágil hueso por las noches
y las carnes tan blandas en el día-;
y comerá por turno carne y hueso,
pero su corazón atormentado
será constantemente devorado.
* * *
Durante un plazo de tres largos años
no sembrarán allí nada que brote;
durante un plazo de tres largos años
y el lugar será estéril y execrable,
y ese yermo rincón mirará al cielo
con ansia y con fijeza irreprochable.
Piensan que el corazón de un asesino
corrompería la más simple semilla
que ellos sembrasen. Mas verdad no es eso,
pues la tierra de Dios es más amable
de lo que creen los hombres sin entrañas:
¡La rosa roja brotará más roja,
la rosa blanca brotará más blanca!
¡Poned sobre sus labios una rosa
roja absolutamente, roja y roja!
¡Sobre su corazón una muy blanca!
Pues quién puede decir las vías extrañas
por las cuales indica Jesucristo
su voluntad divina y soberana
desde que en el bordón de un peregrino
una flor retoñó frente al Gran Papa?
Las rosas color leche o color vino
no florecen en aires de una cárcel.
el casco, el pedernal y los guijarros
Son todo lo que allí se nos ofrece,
pues las flores se sabe que apaciguan
la desesperación del que padece.
La rosa color vino o color blanco
no caerá jamás pétalo a pétalo
en la zanja de arena y de pantano
que está a los pies del muro de la cárcel,
a decir a los hombre encerrados
entre las celdas del presidio odioso,
que el Hijo del Señor murió por todos.
* * *
Aunque el odioso muro de la cárcel
al rededor y al rededor lo cerque,
y un espíritu atado con grilletes
en la noche no puede caminar,
y un espíritu que ahí yace no puede
en tan profundo sitio sollozar,
en paz se encuentra este hombre miserable;
-¡si en paz no está, no tardará en estarlo!-
no hay nada ya que pueda enloquecerlo
ni anda el Terror con él hasta la tarde,
pues ya no hay luz de Sol ni luz de Luna
en la tierra sin luces donde él yace.
Lo ahorcaron lo mismo que a una bestia
y ni siquiera un "requiem" le dijeron
que le hubiera podido dar descanso
a su ánima espantada y temblorosa;
apresuradamente lo cogieron
con el fin de enterrarlo en una fosa.
Despojaron el cuerpo de sus ropas,
y después, a las moscas lo entregaron;
y de su hinchado y purpurino cuello
y de sus ojos fijos, se burlaron,
y hacinaron con duras carcajadas
tierra en la fosa hasta cubrir el hueco
donde el pobre convicto descansaba.
No se arrodillará a rezar plegarias
en su tumba infamada, el capellán,
ni clavarán en ella la sagrada
cruz que a los pecadores Cristo da,
pues era ese infeliz uno de aquellos
a quienes el Señor vino a salvar.
Pero todo esto está muy bien. Apenas
él cruzó la corriente de la vida;
y llenarán por él la urna sagrada
de la Piedad, las lágrimas ajenas
que caigan en su tumba penitente,
pues sólo a él lo llorarán los presos.
Y los encarcelados lloran siempre.
V
Yo no sé si las leyes serán rectas,
yo no sé si serán equivocadas;
todo lo que yo sé, es que para quienes
yacen entre presidios inhumanos,
el muro es fuerte, y cada día, es como
un año cuyos días fuesen muy largos.
Pero lo que sí se yo es que toda Ley
que los hombres han hecho para el hombre
desde que el primer hombre de la tierra
arrebató la vida de su hermano
y tuvo su principio el triste mundo,
desecha el trigo, lo convierte en paja,
o lo cierne en el peor de los cedazos.
Y demasiado sé también yo esto:
-¡ay, ojalá que lo supiesen todos!-
que cada cárcel que construye el hombre
hecha está con ladrillos de vergüenza
y cegada por duros enrejados,
para que el mismo Cristo ver no pueda
cómo el hombre mutila a sus hermanos.
Con barras manchan la graciosa luna
y ciegan del buen sol los resplandores,
y su Infierno hacen bien en ocultar,
puesto que en la prisión cosas son hechas
que ni el Hijo de Dios ni el de los Hombres
no las debieran contemplar jamás.
* * *
Las acciones más viles, cual malezas
en la prisión envenenadas crecen;
pues en la cárcel se marchita y gasta
todo lo que en los hombres hay de bueno.
Y la Pálida Angustia es centinela
y guardián es también el Desespero.
Y aun al pequeño y temeroso niño
ellos lo matan con torturas de hambre
hasta que el niño llore noche y día;
y castigan al débil y al idiota
y algunos presidiarios se enloquecen
y se mofan del viejo encanecido,
y al fin todos los hombres se pervierten,
y un vocablo decir no es permitido.
Y cada estrecha celda que moramos,
es asquerosa y lóbrega letrina,
y ahoga la enrejada claraboya
el vaho hediondo de la Muerte Viva;
todo, con excepción de la Lujuria,
en polvo se convierte sin piedad
en la máquina de la Humanidad.
Y las aguas salobres que bebemos
arrastran un pantano repugnante,
y el pan amargo que en balanza pesan
está lleno de tiza y de cal blanca,
y el Sueño, sin bajar hasta nosotros,
al Tiempo grita, y con furor camina
mostrando siempre sus salvajes ojos.
Mas aunque el Hambre flaca y la Sed verde
luchen cual riña de serpiente y áspid,
ya poco nos importan las raciones,
pues lo que hiela y mata de continuo
con toda libertad, es que la piedra
que cada cual en su labor levanta
en el curso del día, se convierte,
¡ay! en el corazón de cada uno
durante nuestras noches de infortunio.
Siempre en el corazón es media noche
y crepúsculo triste en nuestras celdas;
volteábamos nosotros el manubrio
o también deshilábamos las cuerdas
y cada cual entre su propio Infierno!
¡Siempre en el corazón es media noche!
pero el Silencio es mucho más terrible
que el repicar de un esquilón de bronce!
Jamás humana voz se nos acerca
una gentil palabra a balbucirnos;
el ojo que en la puerta está mirando
nunca tiene piedad y es siempre duro;
nos podrimos, de todos olvidados,
con el alma y el cuerpo maniatados.
Y nosotros así, enmohecemos
la cadena de hierro de la vida
solos y depravados; hombres hay
que lanzan maldiciones y hay algunos
que lloran y otros hay que no se quejan,
pues las leyes de Dios son muy amables
y rompen siempre el corazón de piedra.
* * *
El corazón humano que se rompe
en celda de prisiones o en el patio,
es como el recipiente quebrantado
que lleva su tesoro a Jesucristo,
y unge la sucia casa del leproso
con su nardo más fino y delicado.
¡Ah ! Bienaventurados sean aquellos
cuyos sensibles corazones pueden
quebrantarse y ganar paz y perdones;
¿pues de qué otra manera podría el hombre
seguir sus rectos planes y limpiarse
el alma de pecado y padecer?
¿Si no de esta manera, de qué modo
puede Cristo Señor entrar en él ?
* * *
Y aquel hombre de cuello amoratado
y los ojos abiertos siempre fijos,
espera para sí las santas manos
que guiaron al ladrón al paraíso,
pues un quebrado corazón contrito
no lo despreciará el Crucificado.
Aquel que lee la Ley, vestido en rojo,
tres semanas no más le dio de vida;
¡tres semanas no más para sanarse
el alma de la lucha de su alma,
y limpiarse la sangre arrepentido
de esa su mano que empuñó el cuchillo!
Y limpió con sus lágrimas de sangre
aquella mano que empuñó el acero,
pues las manchas de sangre, únicamente
se borran estregándolas con sangre,
y sólo el llanto nos concede alivio:
la mancha roja de Caín, tornóse
en el sello más cándido de Cristo.
VI
En la Cárcel de Reading, junto al pueblo
de Reading, hay un hoyo de vergüenza
en donde yace un hombre miserable
comido por los dientes de las llamas
y envuelto en una sábana de fuego.
Sin nombre está su tumba abandonada.
Hasta que Cristo llame un día a los muertos
en su silencio yacerá él allí;
no necesita ya lágrimas vanas,
ni un montón de suspiros quiere ahí:
¡ese hombre asesinó lo que adoraba
y por eso tenía que morir!
¡Todos los hombres matan lo que aman!
-y que sea por todos esto oído-:
algunos lo hacen con mirada amarga,
algunos con palabras de dulzura;
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!
Fin
sábado, 17 de octubre de 2009
Sólo loco, sólo poeta
Cuando la luz se va desvaneciendo
cuando ya el consuelo del rocío
se filtra en la tierra
invisible, inaudible
-pues delicado calzado lleva
el consolador rocío, como todo dulce consuelo-
entonces recuerdas, recuerdas tu, ardiente corazón
cuan sediento estuviste
de celestiales lagrimas y gotas de rocío,
abrasado, cansado, sediento,
mientras en sendas de amarilla hierba
malignas miradas del sol crepuscular
por entre negros árboles en torno a ti corrían,
deslumbrantes, malintencionadas, abrasadoras miradas del sol.
“¿Tú el pretendiente de la verdad?" -así se mofaban-.
¬¡no! ¬sólo un poeta!
un animal astuto, saqueador, rastrero,
que ha de mentir,
que premeditadamente, intencionadamente,
ha de mentir
multicolor larvado,
larva el mismo,
presa el mismo,
¿es eso el pretendiente de la verdad?...
¬Sólo loco! ¬Sólo poeta!
Solo un multicolor parloteo
multicolor parloteo de larvas de loco
trepando por mendaces puentes de palabras
sobre un arco iris de mentiras
entre falsos cielos
deslizándose y divagando.
¡sólo loco! ¡sólo poeta!
¨Es eso el pretendiente de la verdad?
No inmóvil, rígido, liso, frío,
convertido en estatua,
pilar de dios;
no erigido ante templos
atalaya de dios:
¬¡no! Hostil eres a tales modelos de virtud,
mas recogido estas en el desierto que en los templos,
audaz como los gatos
saltas por todas las ventanas
y en toda ocasión
husmeas la selva virgen
tu que por selvas vírgenes
entre fieras de coloreados pelajes
pecadoramente sano y bello y multicolor corrías,
con lascivos belfos,
feliz con el escarnio, feliz en el infierno, feliz y sanguinario,
ladrón furtivo, mentiroso corrías...
O semejante al águila
que fija su mirada largo tiempo en los abismos
en sus abismos...
-¬oh, girar como ella
hacia abajo, hacia el fondo, hacia adentro,
hacia cada vez mas profundas profundidades!
Y entonces
de repente
vuelo vertical
trazo precipitado
caer sobre corderos
hacia abajo, voraz,
ávido de corderos,
odiando toda alma de corderos,
odiando rabiosamente todo lo que parezca
virtuoso, borreguil, de rizada lana,
necio, satisfecho con leche de oveja...
Así, aguileñas, leopardinas,
son las añoranzas del poeta,
son tus añoranzas entre miles de larvas,
¡tú, loco!, ¡tú, poeta!
Tú que al hombre consideras
tanto dios como oveja
al dios desgarrar en el hombre
como a la oveja en el hombre
y desgarrando reír
En esto consiste tu felicidad!
felicidad leopardina y aguileña
felicidad de loco y de poeta!"
Cuando la luz se va desvaneciendo
y la hoz de la luna
ya se desliza verde y envidiosa
entre rojos purpúreos
-enemiga del día
y sigilosamente a cada paso
las guirnaldas de rosas
siega, hasta que se hunden
pálidas en la noche:
así caí yo mismo alguna vez
desde mi desvarío de verdad
desde mis añoranzas de día
cansado del día, enfermo de luz
caí hacia abajo, hacia la noche, hacia las sombras,
abrasado y sediento
de una verdad.
¿recuerdas aun, recuerdas tu, ardiente corazón,
que sediento estuviste?
¡sea yo desterrado
de toda verdad!
¡Sólo loco! ¡Sólo poeta!
Friedrich Nietzsche
cuando ya el consuelo del rocío
se filtra en la tierra
invisible, inaudible
-pues delicado calzado lleva
el consolador rocío, como todo dulce consuelo-
entonces recuerdas, recuerdas tu, ardiente corazón
cuan sediento estuviste
de celestiales lagrimas y gotas de rocío,
abrasado, cansado, sediento,
mientras en sendas de amarilla hierba
malignas miradas del sol crepuscular
por entre negros árboles en torno a ti corrían,
deslumbrantes, malintencionadas, abrasadoras miradas del sol.
“¿Tú el pretendiente de la verdad?" -así se mofaban-.
¬¡no! ¬sólo un poeta!
un animal astuto, saqueador, rastrero,
que ha de mentir,
que premeditadamente, intencionadamente,
ha de mentir
multicolor larvado,
larva el mismo,
presa el mismo,
¿es eso el pretendiente de la verdad?...
¬Sólo loco! ¬Sólo poeta!
Solo un multicolor parloteo
multicolor parloteo de larvas de loco
trepando por mendaces puentes de palabras
sobre un arco iris de mentiras
entre falsos cielos
deslizándose y divagando.
¡sólo loco! ¡sólo poeta!
¨Es eso el pretendiente de la verdad?
No inmóvil, rígido, liso, frío,
convertido en estatua,
pilar de dios;
no erigido ante templos
atalaya de dios:
¬¡no! Hostil eres a tales modelos de virtud,
mas recogido estas en el desierto que en los templos,
audaz como los gatos
saltas por todas las ventanas
y en toda ocasión
husmeas la selva virgen
tu que por selvas vírgenes
entre fieras de coloreados pelajes
pecadoramente sano y bello y multicolor corrías,
con lascivos belfos,
feliz con el escarnio, feliz en el infierno, feliz y sanguinario,
ladrón furtivo, mentiroso corrías...
O semejante al águila
que fija su mirada largo tiempo en los abismos
en sus abismos...
-¬oh, girar como ella
hacia abajo, hacia el fondo, hacia adentro,
hacia cada vez mas profundas profundidades!
Y entonces
de repente
vuelo vertical
trazo precipitado
caer sobre corderos
hacia abajo, voraz,
ávido de corderos,
odiando toda alma de corderos,
odiando rabiosamente todo lo que parezca
virtuoso, borreguil, de rizada lana,
necio, satisfecho con leche de oveja...
Así, aguileñas, leopardinas,
son las añoranzas del poeta,
son tus añoranzas entre miles de larvas,
¡tú, loco!, ¡tú, poeta!
Tú que al hombre consideras
tanto dios como oveja
al dios desgarrar en el hombre
como a la oveja en el hombre
y desgarrando reír
En esto consiste tu felicidad!
felicidad leopardina y aguileña
felicidad de loco y de poeta!"
Cuando la luz se va desvaneciendo
y la hoz de la luna
ya se desliza verde y envidiosa
entre rojos purpúreos
-enemiga del día
y sigilosamente a cada paso
las guirnaldas de rosas
siega, hasta que se hunden
pálidas en la noche:
así caí yo mismo alguna vez
desde mi desvarío de verdad
desde mis añoranzas de día
cansado del día, enfermo de luz
caí hacia abajo, hacia la noche, hacia las sombras,
abrasado y sediento
de una verdad.
¿recuerdas aun, recuerdas tu, ardiente corazón,
que sediento estuviste?
¡sea yo desterrado
de toda verdad!
¡Sólo loco! ¡Sólo poeta!
Friedrich Nietzsche
viernes, 9 de octubre de 2009
domingo, 4 de octubre de 2009
sábado, 3 de octubre de 2009
Blasfemía...
El otro día, en clase de teoría microeconómica, una porquería de clase
al sabio profesor se le ocurrió decir que
1/0 = infinito
ta bien, se la perdonas una vez
pero derepente en otra clase sale con que si tenemos que
1/0= infinito
entonces
1/infinito = 0
Dios santo...
entonces siguiendo su linea de tonterías, 1=0*infinito no? jajaj
al sabio profesor se le ocurrió decir que
1/0 = infinito
ta bien, se la perdonas una vez
pero derepente en otra clase sale con que si tenemos que
1/0= infinito
entonces
1/infinito = 0
Dios santo...
entonces siguiendo su linea de tonterías, 1=0*infinito no? jajaj
lunes, 28 de septiembre de 2009
De la visión y el enigma
Cuando se corrió entre los marineros la voz de que Zaratustra se encontraba en el barco,
- pues al mismo tiempo que él había subido a bordo un hombre que venía de las islas
afortunadas - prodújose una gran curiosidad y expectación. Mas Zaratustra estuvo callado
durante dos días, frío y sordo de tristeza, de modo que no respondía ni a las miradas ni a
las preguntas. Al atardecer del segundo día, sin embargo, aunque todavía guardaba silencio,
volvió a abrir sus oídos: pues había muchas cosas extrañas y peligrosas que oír en
aquel barco, que venía de lejos y que quería ir aún más lejos. Zaratustra era amigo, en
efecto, de todos aquellos que realizan largos viajes y no les gusta vivir sin peligro. Y he
aquí que, por fin, a fuerza de escuchar, su propia lengua se soltó y el hielo de su corazón
se rompió: - entonces comenzó a hablar así:
A vosotros los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera que alguna vez se
haya lanzado con astutas velas a mares terribles, -
a vosotros los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son
atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos:
- pues no queréis, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo; y allí donde podéis adivinar,
odiáis el deducir -
a vosotros solos os cuento el enigma que he visto, - la visión del más solitario -
Sombrío caminaba yo hace poco a través del crepúsculo de color de cadáver, - sombrío
y duro, con los labios apretados. Pues más de un sol se había hundido en su ocaso
para mí.
Un sendero que ascendía obstinado a través de pedregales, un sendero maligno, solitario,
al que ya no alentaban ni hierbas ni matorrales: un sendero de montaña crujía bajo la
obstinación de mi pie.
Avanzando mudo sobre el burlón crujido de los guijarros, aplastando la piedra que lo
hacía resbalar: así se abría paso mi pie hacia arriba.
Hacia arriba: - a pesar del espíritu que de él tiraba hacia abajo, hacia el abismo, el espíritu
de la pesadez, mi demonio y enemigo capital.
Hacia arriba: - aunque sobre mí iba sentado ese espíritu, mitad enano, mitad topo; paralítico;
paralizante; dejando caer plomo en mi oído, pensamientos-gotas de plomo en mi
cerebro.
«Oh Zaratustra, me susurraba burlonamente, silabeando las palabras, ¡tú piedra de la
sabiduría! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba, mas toda piedra arrojada - ¡tiene que
caer!
¡Oh Zaratustra, tú piedra de la sabiduría, tú piedra de honda, tú destructor de estrellas!
A ti mismo te has arrojado muy alto, - mas toda piedra arrojada - ¡tiene que caer!
Condenado a ti mismo, y a tu propia lapidación: oh Zaratustra, sí, lejos has lanzado la
piedra, - ¡mas sobre ti caerá de nuevo!»
Calló aquí el enano; y esto duró largo tiempo. Mas su silencio me oprimía; ¡y cuando se
está así entre dos, se está, en verdad, más solitario que cuando se está solo!
Yo subía, subía, soñaba, pensaba, - mas todo me oprimía. Me asemejaba a un enfermo
al que su terrible tormento lo deja rendido, y a quien un sueño más terrible todavía vuelve
a despertarlo cuando acaba de dormirse. -
Pero hay algo en mí que yo llamo valor: hasta ahora éste ha matado en mí todo desaliento.
Ese valor me hizo al fin detenerme y decir: «¡Enano! ¡Tú! ¡O yo!» -
El valor es, en efecto, el mejor matador, - el valor que ataca: pues todo ataque se hace a
tambor batiente.
Pero el hombre es el animal más valeroso: por ello ha vencido a todos los animales. A
tambor batiente ha vencido incluso todos los dolores; pero el dolor por el hombre es el
dolor más profundo.
El valor mata incluso el vértigo junto a los abismos: ¡y en qué lugar no estaría el hombre
junto a abismos! ¿El simple mirar no es - mirar abismos?
El valor es el mejor matador: el valor mata incluso la compasión. Pero la compasión es
el abismo más profundo: cuanto el hombre hunde su mirada en la vida, otro tanto la hunde
en el sufrimiento.
Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues
dice: «¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez! »
En estas palabras, sin embargo, hay mucho sonido de tambor batiente. Quien tenga oídos,
oiga. -
«¡Alto! ¡Enano!, dije. ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos -: ¡tú no conoces
mi pensamiento abismal! ¡Ése - no podrías soportarlo!» -
Entonces ocurrió algo que me dejó más ligero: ¡pues el enano saltó de mi hombro, el
curioso! Y se puso en cuclillas sobre una piedra delante de mí. Cabalmente allí donde nos
habíamos detenido había un portón.
«¡Mira ese portón! ¡Enano!, seguí diciendo: tiene dos caras. Dos caminos convergen
aquí: nadie los ha recorrido aún hasta su final.
Esa larga calle hacia atrás: dura una eternidad. Y esa larga calle hacia adelante - es otra
eternidad.
Se contraponen esos caminos; chocan derechamente de cabeza: -y aquí, en este portón,
es donde convergen. El nombre del portón está escrito arriba: ‘Instante’.
Pero si alguien recorriese uno de ellos - cada vez y cada vez más lejos: ¿crees tú, enano,
que esos caminos se contradicen eternamente?”
«Todas las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano. Toda verdad es
curva, el tiempo mismo es un círculo.» «Tú, espíritu de la pesadez, dije encolerizándome,
¡no tomes las cosas tan a la ligera! O te dejo en cuclillas ahí donde te encuentras, cojitranco,
- ¡y yo te he subido hasta aquí!
¡Mira, continué diciendo, este instante! Desde este portón llamado Instante corre hacia
atrás una calle larga, eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.
Cada una de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya alguna vez
esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber
sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez?
Y si todo ha existido ya: ¿qué piensas tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también
este portón que - haber existido ya?
¿Y no están todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras
sí todas las cosas venideras? ¿Por lo tanto - - incluso a sí mismo?
Pues cada una de las cosas que pueden correr: ¡también por esa larga calle hacia adelante
- tiene que volver a correr una vez más! -
Y esa araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y esa misma luz de la luna, y
yo y tú, cuchicheando ambos junto a este portón, cuchicheando de cosas eternas - ¿no
tenemos todos nosotros que haber existido ya?
- y venir de nuevo y correr por aquella otra calle, hacia adelante, delante de nosotros,
por esa larga, horrenda calle - ¿no tenemos que retornar eternamente?» -
Así dije, con voz cada vez más queda: pues tenía miedo de mis propios pensamientos y
de sus trasfondos. Entonces, de repente, oí aullar a un perro cerca.
¿Había oído yo alguna vez aullar así a un perro? Mi pensamiento corrió hacia atrás. ¡Sí!
Cuando era niño, en remota infancia:
- entonces oí aullar así a un perro. Y también lo vi con el pelo erizado, la cabeza levantada,
temblando, en la más silenciosa medianoche, cuando incluso los perros creen en
fantasmas:
- de tal modo que me dio lástima. Pues justo en aquel momento la luna llena, con un silencio
de muerte, apareció por encima de la casa, justo en aquel momento se había detenido,
un disco incandescente, - detenido sobre el techo plano, como sobre propiedad ajena:
-
esto exasperó entonces al perro: pues los perros creen en ladrones y fantasmas. Y cuando
de nuevo volví a oírle aullar, de nuevo volvió a darme lástima.
¿A dónde se había ido ahora el enano? ¿Y el portón? ¿Y la araña? ¿Y todo el cuchicheo?
¿Había yo soñado, pues? ¿Me había despertado? De repente me encontré entre
peñascos salvajes, solo, abandonado, en el más desierto claro de luna.
¡Pero allí yacía por tierra un hombre! ¡Y allí! El perro saltando, con el pelo erizado,
gimiendo, - ahora él me veía venir - y entonces aulló de nuevo, gritó: - ¿había yo oído
alguna vez a un perro gritar así pidiendo socorro?
Y, en verdad, lo que vi no lo había visto nunca. Vi a un joven pastor retorciéndose,
ahogándose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una pesada
serpiente negra.
¿Había visto yo alguna vez tanto asco y tanto lívido espanto en un solo rostro? Sin duda
se había dormido. Y entonces la serpiente se deslizó en su garganta y se aferraba a ella
mordiendo.
Mi mano tiró de la serpiente, tiró y tiró: - ¡en vano! No conseguí arrancarla de allí. Entonces
se me escapó un grito: «¡Muerde! ¡Muerde!
¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde!» - éste fue el grito que de mí se escapó, mi horror, mi
odio, mi náusea, mi lástima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo
grito. -
¡Vosotros, hombres audaces que me rodeáis! ¡Vosotros, buscadores, indagadores, y
quienquiera de vosotros que se haya lanzado con velas astutas a mares inexplorados!
¡Vosotros, que gozáis con enigmas!
¡Resolvedme, pues, el enigma que yo contemplé entonces, interpretadme la visión del
más solitario!
Pues fue una visión y una previsión: - ¿qué vi yo entonces en símbolo? ¿Y quién es el
que algún día tiene que venir aún?
¿Quién es el pastor a quien la serpiente se le introdujo en la garganta? ¿Quién es el
hombre a quien todas las cosas más pesadas, más negras, se le introducirán así en la garganta?
- Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos
de sí escupió la cabeza de la serpiente -: y se puso en pie de un salto288. -
Ya no pastor, ya no hombre, - ¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en
la tierra había reído hombre alguno como él rió!
Oh hermanos míos, oí una risa que no era risa de hombre, - - y ahora me devora una
sed, un anhelo que nunca se aplaca.
Mi anhelo de esa risa me devora: ¡oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el
morir ahora! -
Así habló Zaratustra.
- pues al mismo tiempo que él había subido a bordo un hombre que venía de las islas
afortunadas - prodújose una gran curiosidad y expectación. Mas Zaratustra estuvo callado
durante dos días, frío y sordo de tristeza, de modo que no respondía ni a las miradas ni a
las preguntas. Al atardecer del segundo día, sin embargo, aunque todavía guardaba silencio,
volvió a abrir sus oídos: pues había muchas cosas extrañas y peligrosas que oír en
aquel barco, que venía de lejos y que quería ir aún más lejos. Zaratustra era amigo, en
efecto, de todos aquellos que realizan largos viajes y no les gusta vivir sin peligro. Y he
aquí que, por fin, a fuerza de escuchar, su propia lengua se soltó y el hielo de su corazón
se rompió: - entonces comenzó a hablar así:
A vosotros los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera que alguna vez se
haya lanzado con astutas velas a mares terribles, -
a vosotros los ebrios de enigmas, que gozáis con la luz del crepúsculo, cuyas almas son
atraídas con flautas a todos los abismos laberínticos:
- pues no queréis, con mano cobarde, seguir a tientas un hilo; y allí donde podéis adivinar,
odiáis el deducir -
a vosotros solos os cuento el enigma que he visto, - la visión del más solitario -
Sombrío caminaba yo hace poco a través del crepúsculo de color de cadáver, - sombrío
y duro, con los labios apretados. Pues más de un sol se había hundido en su ocaso
para mí.
Un sendero que ascendía obstinado a través de pedregales, un sendero maligno, solitario,
al que ya no alentaban ni hierbas ni matorrales: un sendero de montaña crujía bajo la
obstinación de mi pie.
Avanzando mudo sobre el burlón crujido de los guijarros, aplastando la piedra que lo
hacía resbalar: así se abría paso mi pie hacia arriba.
Hacia arriba: - a pesar del espíritu que de él tiraba hacia abajo, hacia el abismo, el espíritu
de la pesadez, mi demonio y enemigo capital.
Hacia arriba: - aunque sobre mí iba sentado ese espíritu, mitad enano, mitad topo; paralítico;
paralizante; dejando caer plomo en mi oído, pensamientos-gotas de plomo en mi
cerebro.
«Oh Zaratustra, me susurraba burlonamente, silabeando las palabras, ¡tú piedra de la
sabiduría! Te has arrojado a ti mismo hacia arriba, mas toda piedra arrojada - ¡tiene que
caer!
¡Oh Zaratustra, tú piedra de la sabiduría, tú piedra de honda, tú destructor de estrellas!
A ti mismo te has arrojado muy alto, - mas toda piedra arrojada - ¡tiene que caer!
Condenado a ti mismo, y a tu propia lapidación: oh Zaratustra, sí, lejos has lanzado la
piedra, - ¡mas sobre ti caerá de nuevo!»
Calló aquí el enano; y esto duró largo tiempo. Mas su silencio me oprimía; ¡y cuando se
está así entre dos, se está, en verdad, más solitario que cuando se está solo!
Yo subía, subía, soñaba, pensaba, - mas todo me oprimía. Me asemejaba a un enfermo
al que su terrible tormento lo deja rendido, y a quien un sueño más terrible todavía vuelve
a despertarlo cuando acaba de dormirse. -
Pero hay algo en mí que yo llamo valor: hasta ahora éste ha matado en mí todo desaliento.
Ese valor me hizo al fin detenerme y decir: «¡Enano! ¡Tú! ¡O yo!» -
El valor es, en efecto, el mejor matador, - el valor que ataca: pues todo ataque se hace a
tambor batiente.
Pero el hombre es el animal más valeroso: por ello ha vencido a todos los animales. A
tambor batiente ha vencido incluso todos los dolores; pero el dolor por el hombre es el
dolor más profundo.
El valor mata incluso el vértigo junto a los abismos: ¡y en qué lugar no estaría el hombre
junto a abismos! ¿El simple mirar no es - mirar abismos?
El valor es el mejor matador: el valor mata incluso la compasión. Pero la compasión es
el abismo más profundo: cuanto el hombre hunde su mirada en la vida, otro tanto la hunde
en el sufrimiento.
Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues
dice: «¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez! »
En estas palabras, sin embargo, hay mucho sonido de tambor batiente. Quien tenga oídos,
oiga. -
«¡Alto! ¡Enano!, dije. ¡Yo! ¡O tú! Pero yo soy el más fuerte de los dos -: ¡tú no conoces
mi pensamiento abismal! ¡Ése - no podrías soportarlo!» -
Entonces ocurrió algo que me dejó más ligero: ¡pues el enano saltó de mi hombro, el
curioso! Y se puso en cuclillas sobre una piedra delante de mí. Cabalmente allí donde nos
habíamos detenido había un portón.
«¡Mira ese portón! ¡Enano!, seguí diciendo: tiene dos caras. Dos caminos convergen
aquí: nadie los ha recorrido aún hasta su final.
Esa larga calle hacia atrás: dura una eternidad. Y esa larga calle hacia adelante - es otra
eternidad.
Se contraponen esos caminos; chocan derechamente de cabeza: -y aquí, en este portón,
es donde convergen. El nombre del portón está escrito arriba: ‘Instante’.
Pero si alguien recorriese uno de ellos - cada vez y cada vez más lejos: ¿crees tú, enano,
que esos caminos se contradicen eternamente?”
«Todas las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano. Toda verdad es
curva, el tiempo mismo es un círculo.» «Tú, espíritu de la pesadez, dije encolerizándome,
¡no tomes las cosas tan a la ligera! O te dejo en cuclillas ahí donde te encuentras, cojitranco,
- ¡y yo te he subido hasta aquí!
¡Mira, continué diciendo, este instante! Desde este portón llamado Instante corre hacia
atrás una calle larga, eterna: a nuestras espaldas yace una eternidad.
Cada una de las cosas que pueden correr, ¿no tendrá que haber recorrido ya alguna vez
esa calle? Cada una de las cosas que pueden ocurrir, ¿no tendrá que haber ocurrido, haber
sido hecha, haber transcurrido ya alguna vez?
Y si todo ha existido ya: ¿qué piensas tú, enano, de este instante? ¿No tendrá también
este portón que - haber existido ya?
¿Y no están todas las cosas anudadas con fuerza, de modo que este instante arrastra tras
sí todas las cosas venideras? ¿Por lo tanto - - incluso a sí mismo?
Pues cada una de las cosas que pueden correr: ¡también por esa larga calle hacia adelante
- tiene que volver a correr una vez más! -
Y esa araña que se arrastra con lentitud a la luz de la luna, y esa misma luz de la luna, y
yo y tú, cuchicheando ambos junto a este portón, cuchicheando de cosas eternas - ¿no
tenemos todos nosotros que haber existido ya?
- y venir de nuevo y correr por aquella otra calle, hacia adelante, delante de nosotros,
por esa larga, horrenda calle - ¿no tenemos que retornar eternamente?» -
Así dije, con voz cada vez más queda: pues tenía miedo de mis propios pensamientos y
de sus trasfondos. Entonces, de repente, oí aullar a un perro cerca.
¿Había oído yo alguna vez aullar así a un perro? Mi pensamiento corrió hacia atrás. ¡Sí!
Cuando era niño, en remota infancia:
- entonces oí aullar así a un perro. Y también lo vi con el pelo erizado, la cabeza levantada,
temblando, en la más silenciosa medianoche, cuando incluso los perros creen en
fantasmas:
- de tal modo que me dio lástima. Pues justo en aquel momento la luna llena, con un silencio
de muerte, apareció por encima de la casa, justo en aquel momento se había detenido,
un disco incandescente, - detenido sobre el techo plano, como sobre propiedad ajena:
-
esto exasperó entonces al perro: pues los perros creen en ladrones y fantasmas. Y cuando
de nuevo volví a oírle aullar, de nuevo volvió a darme lástima.
¿A dónde se había ido ahora el enano? ¿Y el portón? ¿Y la araña? ¿Y todo el cuchicheo?
¿Había yo soñado, pues? ¿Me había despertado? De repente me encontré entre
peñascos salvajes, solo, abandonado, en el más desierto claro de luna.
¡Pero allí yacía por tierra un hombre! ¡Y allí! El perro saltando, con el pelo erizado,
gimiendo, - ahora él me veía venir - y entonces aulló de nuevo, gritó: - ¿había yo oído
alguna vez a un perro gritar así pidiendo socorro?
Y, en verdad, lo que vi no lo había visto nunca. Vi a un joven pastor retorciéndose,
ahogándose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una pesada
serpiente negra.
¿Había visto yo alguna vez tanto asco y tanto lívido espanto en un solo rostro? Sin duda
se había dormido. Y entonces la serpiente se deslizó en su garganta y se aferraba a ella
mordiendo.
Mi mano tiró de la serpiente, tiró y tiró: - ¡en vano! No conseguí arrancarla de allí. Entonces
se me escapó un grito: «¡Muerde! ¡Muerde!
¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde!» - éste fue el grito que de mí se escapó, mi horror, mi
odio, mi náusea, mi lástima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo
grito. -
¡Vosotros, hombres audaces que me rodeáis! ¡Vosotros, buscadores, indagadores, y
quienquiera de vosotros que se haya lanzado con velas astutas a mares inexplorados!
¡Vosotros, que gozáis con enigmas!
¡Resolvedme, pues, el enigma que yo contemplé entonces, interpretadme la visión del
más solitario!
Pues fue una visión y una previsión: - ¿qué vi yo entonces en símbolo? ¿Y quién es el
que algún día tiene que venir aún?
¿Quién es el pastor a quien la serpiente se le introdujo en la garganta? ¿Quién es el
hombre a quien todas las cosas más pesadas, más negras, se le introducirán así en la garganta?
- Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos
de sí escupió la cabeza de la serpiente -: y se puso en pie de un salto288. -
Ya no pastor, ya no hombre, - ¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en
la tierra había reído hombre alguno como él rió!
Oh hermanos míos, oí una risa que no era risa de hombre, - - y ahora me devora una
sed, un anhelo que nunca se aplaca.
Mi anhelo de esa risa me devora: ¡oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el
morir ahora! -
Así habló Zaratustra.
domingo, 27 de septiembre de 2009
RSA
Bueno primero que nada aprovecho para felicitar a un gran amigo por que hoy es su cumpleaños, mis mejores deseos, nos vemos en 15 días al parecer
Y bueno, si algún día están de ociosos y quieren jugar a los espías, les dejo aqui el criptosistema de llave pública RSA para que se pongan a encriptar mensajes secretos, está bien bonita la parte teórica porque es pura teoría de números y un poco de teoría de grupos, o sea pura álgebra, o sea lo que me fascina
Para ver bien las imágenes (lo hago en LaTeX y lo copio a paint y lo subo como imagen) sólo denle click y se abrirá más grande en otra ventana
Pequeña introducción
Método
Y bueno, si algún día están de ociosos y quieren jugar a los espías, les dejo aqui el criptosistema de llave pública RSA para que se pongan a encriptar mensajes secretos, está bien bonita la parte teórica porque es pura teoría de números y un poco de teoría de grupos, o sea pura álgebra, o sea lo que me fascina
Para ver bien las imágenes (lo hago en LaTeX y lo copio a paint y lo subo como imagen) sólo denle click y se abrirá más grande en otra ventana
Pequeña introducción
Método
domingo, 20 de septiembre de 2009
Cadaeic Cadenza
Aqui les dejo una parte de un poema que se llama Cadaeic Cadenza, de Mike Keith
lo interesante es que al concatenar el número de letras de cada palabra obtenemos los primeros 3mil y algo dígitos de Pi
One
A Poem
A Raven
Midnights so dreary, tired and weary,
Silently pondering volumes extolling all by-now obsolete lore.
During my rather long nap - the weirdest tap!
An ominous vibrating sound disturbing my chamber's antedoor.
"This", I whispered quietly, "I ignore".
Perfectly, the intellect remembers: the ghostly fires, a glittering ember.
Inflamed by lightning's outbursts, windows cast penumbras upon this floor.
Sorrowful, as one mistreated, unhappy thoughts I heeded:
That inimitable lesson in elegance - Lenore -
Is delighting, exciting...nevermore.
Ominously, curtains parted (my serenity outsmarted),
And fear overcame my being - the fear of "forevermore".
Fearful foreboding abided, selfish sentiment confided,
As I said, "Methinks mysterious traveler knocks afore.
A man is visiting, of age threescore."
Taking little time, briskly addressing something: "Sir," (robustly)
"Tell what source originates clamorous noise afore?
Disturbing sleep unkindly, is it you a-tapping, so slyly?
Why, devil incarnate!--" Here completely unveiled I my antedoor--
Just darkness, I ascertained - nothing more.
While surrounded by darkness then, I persevered to clearly comprehend.
I perceived the weirdest dream...of everlasting "nevermores".
Quite, quite, quick nocturnal doubts fled - such relief! - as my intellect said,
(Desiring, imagining still) that perchance the apparition was uttering a whispered "Lenore".
This only, as evermore.
Silently, I reinforced, remaining anxious, quite scared, afraid,
While intrusive tap did then come thrice - O, so stronger than sounded afore.
"Surely" (said silently) "it was the banging, clanging window lattice."
Glancing out, I quaked, upset by horrors hereinbefore,
Perceiving: a "nevermore".
Completely disturbed, I said, "Utter, please, what prevails ahead.
Repose, relief, cessation, or but more dreary 'nevermores'?"
The bird intruded thence - O, irritation ever since! -
Then sat on Pallas' pallid bust, watching me (I sat not, therefore),
And stated "nevermores".
Bemused by raven's dissonance, my soul exclaimed, "I seek intelligence;
Explain thy purpose, or soon cease intoning forlorn 'nevermores'!"
"Nevermores", winged corvus proclaimed - thusly was a raven named?
Actually maintain a surname, upon Pluvious seashore?
I heard an oppressive "nevermore".
My sentiments extremely pained, to perceive an utterance so plain,
Most interested, mystified, a meaning I hoped for.
"Surely," said the raven's watcher, "separate discourse is wiser.
Therefore, liberation I'll obtain, retreating heretofore -
Eliminating all the 'nevermores' ".
Still, the detestable raven just remained, unmoving, on sculptured bust.
Always saying "never" (by a red chamber's door).
A poor, tender heartache maven - a sorrowful bird - a raven!
O, I wished thoroughly, forthwith, that he'd fly heretofore.
Still sitting, he recited "nevermores".
The raven's dirge induced alarm - "nevermore" quite wearisome.
I meditated: "Might its utterances summarize of a calamity before?"
O, a sadness was manifest - a sorrowful cry of unrest;
"O," I thought sincerely, "it's a melancholy great - furthermore,
Removing doubt, this explains 'nevermores' ".
Seizing just that moment to sit - closely, carefully, advancing beside it,
Sinking down, intrigued, where velvet cushion lay afore.
A creature, midnight-black, watched there - it studied my soul, unawares.
Wherefore, explanations my insight entreated for.
Silently, I pondered the "nevermores".
"Disentangle, nefarious bird! Disengage - I am disturbed!"
Intently its eye burned, raising the cry within my core.
"That delectable Lenore - whose velvet pillow this was, heretofore,
Departed thence, unsettling my consciousness therefore.
She's returning - that maiden - aye, nevermore."
Since, to me, that thought was madness, I renounced continuing sadness.
Continuing on, I soundly, adamantly forswore:
"Wretch," (addressing blackbird only) "fly swiftly - emancipate me!"
"Respite, respite, detestable raven - and discharge me, I implore!"
A ghostly answer of: "nevermore".
" 'Tis a prophet? Wraith? Strange devil? Or the ultimate evil?"
"Answer, tempter-sent creature!", I inquired, like before.
"Forlorn, though firmly undaunted, with 'nevermores' quite indoctrinated,
Is everything depressing, generating great sorrow evermore?
I am subdued!", I then swore.
In answer, the raven turned - relentless distress it spurned.
"Comfort, surcease, quiet, silence!" - pleaded I for.
"Will my (abusive raven!) sorrows persist unabated?
Nevermore Lenore respondeth?", adamantly I encored.
The appeal was ignored.
"O, satanic inferno's denizen -- go!", I said boldly, standing then.
"Take henceforth loathsome "nevermores" - O, to an ugly Plutonian shore!
Let nary one expression, O bird, remain still here, replacing mirth.
Promptly leave and retreat!", I resolutely swore.
Blackbird's riposte: "nevermore".
Les recuerdo que Pi va masomenos así
3.14159265358979323846264
33832795028841971693993751058
209749445923078164062862
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16035637076601047101819429555961989467678
y pueden checar que
One = 3 letras
A = 1
Poem = 4
A=1
Raven=5
3 1415 ...
lo interesante es que al concatenar el número de letras de cada palabra obtenemos los primeros 3mil y algo dígitos de Pi
One
A Poem
A Raven
Midnights so dreary, tired and weary,
Silently pondering volumes extolling all by-now obsolete lore.
During my rather long nap - the weirdest tap!
An ominous vibrating sound disturbing my chamber's antedoor.
"This", I whispered quietly, "I ignore".
Perfectly, the intellect remembers: the ghostly fires, a glittering ember.
Inflamed by lightning's outbursts, windows cast penumbras upon this floor.
Sorrowful, as one mistreated, unhappy thoughts I heeded:
That inimitable lesson in elegance - Lenore -
Is delighting, exciting...nevermore.
Ominously, curtains parted (my serenity outsmarted),
And fear overcame my being - the fear of "forevermore".
Fearful foreboding abided, selfish sentiment confided,
As I said, "Methinks mysterious traveler knocks afore.
A man is visiting, of age threescore."
Taking little time, briskly addressing something: "Sir," (robustly)
"Tell what source originates clamorous noise afore?
Disturbing sleep unkindly, is it you a-tapping, so slyly?
Why, devil incarnate!--" Here completely unveiled I my antedoor--
Just darkness, I ascertained - nothing more.
While surrounded by darkness then, I persevered to clearly comprehend.
I perceived the weirdest dream...of everlasting "nevermores".
Quite, quite, quick nocturnal doubts fled - such relief! - as my intellect said,
(Desiring, imagining still) that perchance the apparition was uttering a whispered "Lenore".
This only, as evermore.
Silently, I reinforced, remaining anxious, quite scared, afraid,
While intrusive tap did then come thrice - O, so stronger than sounded afore.
"Surely" (said silently) "it was the banging, clanging window lattice."
Glancing out, I quaked, upset by horrors hereinbefore,
Perceiving: a "nevermore".
Completely disturbed, I said, "Utter, please, what prevails ahead.
Repose, relief, cessation, or but more dreary 'nevermores'?"
The bird intruded thence - O, irritation ever since! -
Then sat on Pallas' pallid bust, watching me (I sat not, therefore),
And stated "nevermores".
Bemused by raven's dissonance, my soul exclaimed, "I seek intelligence;
Explain thy purpose, or soon cease intoning forlorn 'nevermores'!"
"Nevermores", winged corvus proclaimed - thusly was a raven named?
Actually maintain a surname, upon Pluvious seashore?
I heard an oppressive "nevermore".
My sentiments extremely pained, to perceive an utterance so plain,
Most interested, mystified, a meaning I hoped for.
"Surely," said the raven's watcher, "separate discourse is wiser.
Therefore, liberation I'll obtain, retreating heretofore -
Eliminating all the 'nevermores' ".
Still, the detestable raven just remained, unmoving, on sculptured bust.
Always saying "never" (by a red chamber's door).
A poor, tender heartache maven - a sorrowful bird - a raven!
O, I wished thoroughly, forthwith, that he'd fly heretofore.
Still sitting, he recited "nevermores".
The raven's dirge induced alarm - "nevermore" quite wearisome.
I meditated: "Might its utterances summarize of a calamity before?"
O, a sadness was manifest - a sorrowful cry of unrest;
"O," I thought sincerely, "it's a melancholy great - furthermore,
Removing doubt, this explains 'nevermores' ".
Seizing just that moment to sit - closely, carefully, advancing beside it,
Sinking down, intrigued, where velvet cushion lay afore.
A creature, midnight-black, watched there - it studied my soul, unawares.
Wherefore, explanations my insight entreated for.
Silently, I pondered the "nevermores".
"Disentangle, nefarious bird! Disengage - I am disturbed!"
Intently its eye burned, raising the cry within my core.
"That delectable Lenore - whose velvet pillow this was, heretofore,
Departed thence, unsettling my consciousness therefore.
She's returning - that maiden - aye, nevermore."
Since, to me, that thought was madness, I renounced continuing sadness.
Continuing on, I soundly, adamantly forswore:
"Wretch," (addressing blackbird only) "fly swiftly - emancipate me!"
"Respite, respite, detestable raven - and discharge me, I implore!"
A ghostly answer of: "nevermore".
" 'Tis a prophet? Wraith? Strange devil? Or the ultimate evil?"
"Answer, tempter-sent creature!", I inquired, like before.
"Forlorn, though firmly undaunted, with 'nevermores' quite indoctrinated,
Is everything depressing, generating great sorrow evermore?
I am subdued!", I then swore.
In answer, the raven turned - relentless distress it spurned.
"Comfort, surcease, quiet, silence!" - pleaded I for.
"Will my (abusive raven!) sorrows persist unabated?
Nevermore Lenore respondeth?", adamantly I encored.
The appeal was ignored.
"O, satanic inferno's denizen -- go!", I said boldly, standing then.
"Take henceforth loathsome "nevermores" - O, to an ugly Plutonian shore!
Let nary one expression, O bird, remain still here, replacing mirth.
Promptly leave and retreat!", I resolutely swore.
Blackbird's riposte: "nevermore".
Les recuerdo que Pi va masomenos así
3.14159265358979323846264
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y pueden checar que
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3 1415 ...
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