sábado, 21 de noviembre de 2009

El Loco

El loco.-¿No habéis oído hablar de ese loco que
encendió un farol en pleno día y corrió al mercado
gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!».
Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no
creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas.
¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido
como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido?
¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá
emigrado? -así gritaban y reían todos alborotadamente. El
loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada.
«¿Que a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a
decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos
sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo
hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la
esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando
desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde
caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de
todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia
adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes?
¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos
como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo
del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre
noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a
mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros
que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de
la putrefacción divina? ¡También los dioses se
descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto!
!Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos
consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado
y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha
desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa
sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos
expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar?
¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para
nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos
dioses para parecer dignos de ellos? Nunca hubo un acto
más grande y quien nazca después de nosotros formará
parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada
que todas las historias que hubo nunca hasta ahora.»
Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio:
también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente,
arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en
pedazos y se apagó. «Vengo demasiado pronto -dijo
entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme
suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los
oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan
tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos
necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de
ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de
ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo, son
ellos los que lo han cometido.» Todavía se cuenta que
el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó
en ellas su Requiem aeternam deo. Una vez conducido
al exterior e interpelado contestó siempre esta única
frase: « ¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que
las tumbas y panteones de Dios?».


F. Nietzsche

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