Y Utopía fue el veterinario, el hombre feroz, la vieja en silla de ruedas cercada por sueños, y los personajes de los sueños incompatibles se fueron masacrando uno tras otro, hasta dejar un stock de pesadillas vacía. Y Utopía fue un reflejo opaco en el interior de un vegetal. Vitrinas, maniquís desnudos, ebrios tirándoles besos a las nubes. Un laberinto de escaleras eléctricas por donde vagaban unos niños extraviados que tenían e corazón maravilloso hasta la náusea. ¿De todo eso que vi realmente? ¿Con qué ojos tremendos contemplé el olor puro de aquella muchacha sencillamente parada en la entrada de un circo? Sólo recuerdo haber estado demasiado tiempo en un cuarto blanco leyendo novelas policiales; casi toda mi vida mientras tú me mirabas desde una ventana redonda, como de baño público, y los adolescentes se reían como si acabaran de salir del desierto con los bolsillos llenos de dinero gratis. Dinero gratis, dinero gratis, amor gratis, un resplandor inconcebible en la mejilla. Soñadores transformándose a sí mismos pero incapaces de convencer a una muchacha de que la aman. Nubes gratis y vacías, restaurantes gratis y vacíos, automóviles fríos rumbo a las playas doradas del Pacífico, visiones de Michelangelo para todos, ojos que se cierran con la velocidad de la luz, y su armonía, estrépito de cisnes, estrépito de humedad. Comida gratis, bebida gratis, lluvias divertidas e interminables como las novelas de Victor Hugo. Hospitales gratis, desiertos gratis, animales gratis, deseos de caminar sobre las manos, de ponerse una corona de espinas eléctrica y luminosa. Blue-jeans rayoneados de ternura, escenas de teatro en la orilla del mar prolongadas hasta el infinito, tres años de asco y amor, tres años de enfermedades infantiles enmierdadas con precisión, y los duros arbolitos, pero los duros arbolitos, mientras los duros arbolitos como lanzas florecían. Y gemí, y dije ya no sé qué decir, la oficina está vacía, los submarinos explotan como fetos en las fosas del Atlántico, alguien me acaricia el pelo y dice que ya está igual de largo que el suyo, y yo tuerzo el cuello como un solitario cigarrillo aplastado en la noche enorme y la miro, esperando volver a sentir en los párpados la tibia obsidiana de los sueños, cuando en las mañanas nos abrazábamos sin querer despertar, perdidos en las llanuras de escamas, mientras cae nieve y el frío sonríe desde un cenicero absolutamente limpio, y no queremos despertar, y no sabemos qué decir: los labios partidos, la cara blanca del invierno manchada de lipstick. La velocidad se detiene, mira hacia todas partes, enloquece a las fechas. Un anarquistoide muerto bajo las ramas plateadas de un sauce. Encima de él la primavera violeta. Fuera de ese cuadro una muchacha sueña renacimientos atroces. Y está bien, está bien, ya púdose prender la chimenea y cerrar puertas y ventanas. Ningún brillo va reemplazar nada. No habrán formas de arder que completen esta nube cargada de lluvia No habrá viento contra este resplandor acuático. Ni callejones violetas ni suaves caderas antiguas. Ese jaleo al subir las mil escaleras del ojo abierto: automóviles llenos de Sol estacionados en todas las esquinas de tus venas. Una sonrisa sin contexto, una mano crispda fuera de la foto. |
martes, 2 de julio de 2013
"Un resplandor en la mejilla" de Roberto Bolaño.
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