jueves, 24 de noviembre de 2011

No Juzguéis, Pascal Bruckner

Huir del que te ama, amar al que te huye, maldecir al que duerme a tu lado, despedazarlo cada noche y despertarse tranquilo, como si la mañana hubiera lavado el odio con abundante agua. Perder la razón por una persona que te desprecia en proporción a la adoración que le dedicas. Tener sobre la menor relación el punto de vista del final, meterse en una historia como el pasajero del Titanic anticipando su naufragio. Soñar con cabalgadas sublimes y amores desenfrenados, y cocerse a fuego lento en una puerta cerrada mediocre. No saber qué dar, no recibir nunca y asombrarse de que nuestros regalos sean tan mal recibidos. Casarse por el placer de la seguridad, no casarse por el placer de la aventura, darse cuenta de que el matrimonio no protege de nada y de que la falta de matrimonio no garantiza lo imprevisto. Soportar durante años mentiras y engaños y después, por una menudencia, irse para siempre. Aspirar al calor conyugal en el mariposeo, soñar con aventuras tórridas en la calma del hogar. Amar en detrimento del otro, absorber su energía, robarle la juventud, prosperar con su declive. Jurarse cada mañana plantar al otro y aguantar así 20 años acariciando la idea de la ruptura. Ser el que paga el pato, el gilipollas del que todo el mundo se ríe, cegarse ante la evidencia, y acomodarse a ello. Considerar el matrimonio como una dura labor, esforzarse por amar a la pareja, tolerar, sufrir, soportar y estallar de repente por un capricho. Satisfacer a varias personas sin decírselo y exigir una adoración exclusiva de cada uno. No estar seguro de nada, ni de la orientación sexual ni de los afectos, vivir en el país del quizá, de la vacilación sentimental, no ser más que un punto de interrogación que dice: te amo. Llorar la partida de un ser al que creías no soportar, que se fijó en tu corazón como una bufanda. Venerar, muerta, a una persona a la que habías maltratado, viva. Desplegar tesoros de amabilidad ante perfectos desconocidos, ofrecerles presentes suntuosos, mostrarse glacial y tacaño con los tuyos.

Éstas son algunas de las inconsecuencias del amor. ¿Por qué quisieramos que fuera de otra manera? Hablar de amor es siempre partir del desorden interno de cada uno, hurgar en el fondo cenagoso del alma lleno de bajeza y de nobleza. Pongamos en escena sin juzgarlas las locuras del corazón de los hombres.



Pascal Bruckner, "La paradoja del amor".

No hay comentarios:

Publicar un comentario