miércoles, 21 de abril de 2010

Diario de un seductor, 16 de Mayo

16 de Mayo

¡Qué bonito es estar enamorado, y qué interesante es saberlo! Ésa es la diferencia.
Podría enloquecer si pienso que por segunda vez se me ha escapado, y, sin embargo, en
cierto sentido me alegro. La imagen que conservo de ella oscila vagamente entre su
verdadera figura y la ideal. Y yo dejo que esta figura se me muestre, ya que su fascinación
consiste precisamente en la posibilidad que tiene de ser la misma realidad o la
realidad producida. Yo no estoy impaciente, pues pienso que ella tiene que vivir en la
ciudad, y de momento me basta esto. Esta posibilidad es condición para que su imagen, la
auténtica, se me pueda mostrar: hay que gozar de cada cosa a su debido tiempo. ¿Y no
debería estar yo tranquilo si me puedo considerar agraciado por los dioses, ya que me
tocó en suerte la rara felicidad de enamorarme otra vez? Es mucho, ya que ninguna arte ni
ningún estudio me lo pueden proporcionar; es un don. Pero si me ha sido concedido
poder de nuevo alimentar un amor, quiero ver hasta qué punto se deja atizar esa llama.
Yo alimento este amor como no alimenté el primero. Gozamos de tan pocas ocasiones
favorables, que, cuando aparece una, conviene aprovecharla, ya que por desgracia no
existe arte alguna para seducir a una jovencita, sino que es cuestión de suerte encontrar a
una digna de ser seducida. El amor tiene muchos misterios, y este primer enamoramiento
es también un misterio, y quizá no el más pequeño. La mayoría de los hombres se lanzan
al barullo, se enamoran o cometen otras tonterías y, en un abrir y cerrar de ojos, pasa todo
y ellos no saben ni lo que han ganado ni lo que han perdido. Dos veces ella se me apareció
y otras dos veces desapareció: con seguridad, esto quiere decir que pronto volverá a
aparecer más a menudo. Después de que José interpretó los sueños del Faraón, explicó: y
eso que tú soñaste dos veCes significa que pronto sucederá.
Sería, sin embargo, interesante si, con cierta antelación, se pudieran prever las
fuerzas cuya aportación constituye el contenido de la vida. Ella ahora vive
tranquilamente, no sospecha aún de mi existencia y mucho menos de lo que tiene lugar en
mi interior, ni de la seguridad con la que yo veo su futuro. Puesto que mi alma aspira
intensamente a la realidad, cada vez se va reforzando más. Si desde la primera mirada una
joven no nos causa una impresión tan profunda que nos evoque el Ideal, entonces, en
general, la realidad no es particularmente digna de ser deseada. Si, por el contrario,
produce esta impresión, entonces, aunque seamos duchos, se nota un sentido de opresión.
Yo aconsejo siempre a quien no esté seguro ni de su mano ni de su vista ni de su victoria
que intente todos sus ataques en este primer estadio, en el que, al estar oprimido, goza de
fuerzas sobrenaturales, ya que esta opresión es una singular mezcla de simpatía y
egoísmo. Por el contrario le faltará el gozo, ya que no goza de la situación porque está
ensimismado y escondido en ella. ¡Obtener lo hermosísimo es difícil; alcanzar lo
interesantísimo es fácil! Mientras tanto conviene llegar a lo más profundo que se pueda.
Éste es el verdadero gozo, y a fe mía no sé de qué gozan otros.
La simple posesión es demasiado poco y los medios de los que se valen algunos amantes son en general
mezquinos; no vacilan en recurrir al dinero, a la fuerza, a las influencias externas, a los
filtros de amor y a otros. ¿Qué gozo puede haber en un amor que no exige el abandono
absoluto de al menos una de las partes? Para esto, en realidad, se necesita el espíritu, y
esto es lo que en general les falta a esos amantes.

Soren Kierkegaard

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